Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una vida mejor es posible

Autor:

Juan Morales Agüero

El ser humano irrumpió en el planeta con un derecho inalienable conferido por la madre natura: vivir. Para prolongar en el tiempo tan precioso don, requirió de la gracia de varios factores. Alimentarse fue su primer apremio. El segundo, instintivamente, reproducirse.

El vestir —no sé, digo yo…— seguramente no lo privó del sueño. Es difícil imaginar a un hombre de las cavernas —ni siquiera a una mujer, lo cual ya es mucho decir— obsesionado con la idea de agenciarse una piel de mamut de tal o más cual textura o color. No, en épocas así de remotas el homo sapiens no era tan exigente.

Hoy, las necesidades son análogas, aunque distintas. Es que la evolución humana genera a diario expectativas de estreno. Ya no basta con satisfacer el estómago y perpetuar la especie, a imagen y semejanza de los trogloditas. La civilización condujo a aspirar a estadios superiores y a insistir en motivaciones más suculentas, a pesar de los apuros económicos y los fatalismos de la geografía.

Los especialistas se refieren a este fenómeno global con el nombre de calidad de vida. Se trata de un concepto subjetivo, muy vinculado con el escenario donde se localice. El lector suspicaz presumirá tal vez que echo mano a un tema de factura menor y proclive a la retórica. Se equivoca de plano. ¡Chocamos a cada paso con sus realidades!

Hace un tiempo participé en un taller multifactorial donde se reflexionó con hondura sobre el tema. Sus participantes sugirieron opciones viables mediante las cuales podríamos disponer de una vida cualitativamente mejor, aun en medio de circunstancias difíciles.

Ni un solo sector de la sociedad está inhabilitado para aportarle algo a la calidad de vida. Por ejemplo, un sistema de transportación colectiva bien organizado —aunque no sea suficiente— favorece con creces su complementación.

El ejercicio físico y la práctica deportiva consiguen, de igual forma, lo suyo, siempre que estén creadas las facilidades para ello. Ofertas culturales variadas clasifican también entre las propuestas para una existencia placentera. Se trata de extraerles ganancias netas a las disponibilidades en aras de hacerle sentir a la gente que la tienen en cuenta en cualquier coyuntura.

La calidad de vida desborda la bonanza corporal y doméstica. Uno se encuentra personas por ahí que dicen: «Estoy bien de salud, he formado una familia, mis hijos están estudiando, tengo una casa, un empleo y un salario, en fin, soy feliz...»  Tal discurso refleja a las claras un nivel de satisfacción física, afectiva y social aparejado a un proyecto vital quizá realizado.

¿Cuántos millones de seres humanos anhelarían tener tan solo una fracción de semejante panorama? Nosotros, sin embargo, debemos aspirar a más. Me refiero a perfeccionar lo que tenemos. Es decir: lo mismo, pero mejor. Tal operación no suele reclamar suministros materiales suplementarios, sino pensamiento positivo permanente.

¿Dificultades con las ofertas de ropa y calzado? Lo advertimos. Pero lo que se comercialice no debe rasgarse a la semana ni dejar la suela en la primera salida. ¿Contratiempos con la harina para elaborar el pan? Lo comprendemos. Eso sí, que el producto se elabore con arreglo a las normas técnicas. El pueblo capta cuando algo lleva la impronta de la eficiencia y cuando la voluntad de brindarlo mejor expresa un cotidiano ejercicio de clonación.

La calidad de vida es un concepto susceptible de nutrirse jornada por jornada con actuaciones individuales y colectivas consecuentes. Es una franquicia para hacernos a todos más llevadera la existencia. Y también —¡ay!— un imperativo de la contemporaneidad en estos tiempos en los que, alguna que otra vez, escasea el amor por el prójimo.

Cierto: llevamos a cuestas un fardo de deberes cuyo acatamiento no nos resulta ajeno. Pero reivindicamos, además, facultades inherentes a nuestra condición de terrícolas. Todos tenemos derecho a un entorno descontaminado y limpio; a que nos devuelvan el saludo en cualquier sitio; a una moderación de los decibeles a escala pública; a una frase de aliento en trances difíciles; a una vejez apacible y segura… Con esas garantías, una vida mejor es posible.

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