Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Autocrítica vs. Haraquiri

Autor:

Graziella Pogolotti

El fenómeno del burocratismo ha sido objeto de crítica desde la consolidación del Estado moderno y la formación de las grandes empresas.

Con el surgimiento del realismo, los escritores advirtieron la aparición del minúsculo personajillo acuartelado en sombrías oficinas, siempre deseoso de disfrutar una parcela de poder y redondear su magro salario con los beneficios, más o menos jugosos, del soborno. Gogol, Balzac y Maupassant ofrecen una galería de retratos ejemplares. En la Cuba colonial emergió Mi tío el empleado de Ramón Meza.

Las ciencias sociales siguieron los pasos de la literatura. Una considerable bibliografía elaborada en el amplio espectro ideológico que se extiende desde la derecha anticomunista hasta la izquierda crítica ha considerado el problema con el instrumental de la economía, la sociología, la politología.

Sin lugar a dudas el burocratismo fue un factor digno de consideración en el análisis de las causas que condujeron a la caída del socialismo europeo, instalado en territorios que heredaron rasgos culturales del imperio de los zares y del imperio austro-húngaro. Los dirigentes cubanos advirtieron el peligro desde fecha temprana. Abundan las reflexiones de Fidel y el Che al respecto.

Como ha ocurrido en el análisis de este y otros problemas, el planteamiento conceptual no ha sido asimilado en toda su profundidad por los estratos intermedios encargados de aplicar las medidas necesarias atendiendo a las características propias de cada área de la producción y los servicios. Por otra parte, al cabo de un tiempo, el tema ha pasado al olvido sin tener en cuenta que la naturaleza del burocratismo incluye la capacidad de reproducirse y adaptarse a las circunstancias. Al igual que la mala yerba, nunca llega a extirparse por completo.

Vinculado al ejercicio de alguna instancia de poder, el burocratismo genera un tipo de mentalidad, reconocible en los más variados sectores de la sociedad. Muy fácil de identificar, el pequeño funcionario recoge migajas y choca diariamente con quienes acuden a oficinas de trámites o centros de servicios para cualquier diligencia. Genera colas, demoras infinitas, idas y vueltas a través de la ciudad, ofrece información insuficiente, fabrica razones de irritación y de pérdida de credibilidad en el papel y la eficacia de las instituciones.

Sin embargo, el personaje más dañino permanece oculto e inaccesible tras bambalinas, embargado siempre en interminables reuniones, a pesar de las advertencias formuladas por el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro. Tiene una poderosa coraza defensiva. Teje una extensa red transversal a través de toda la sociedad por vía del compromiso personal, la amistad y el nepotismo. Habituado a la rutina, aguarda las indicaciones metodológicas, sin evaluar propuestas propias, atenidas a las especificidades de su esfera laboral. Frena la iniciativa y la creatividad. Olvida la función que le corresponde en beneficio de la agricultura, la construcción, la educación o la cultura para cumplir de manera adecuada en lo formal las metas cuantitativas prefijadas, desacatando la atención debida a la calidad, factor indispensable de eficiencia económica. Evita buscarse problemas. Ducho en la elaboración de informes, ha instaurado la peculiar retórica del «no obstante» y del «estamos trabajando en esa dirección». Con ese espíritu, se llevan a cabo periódicas y panglossianas asambleas de balance, ocasiones perdidas para la revitalización del análisis colectivo.

Para movilizar el comprometimiento responsable de los trabajadores, antídoto del acomodamiento mental, hay que abandonar, asimismo, la relación de objetivos profusos y difusos a favor de definiciones concretas sustentadas en la concepción realista y precisa del punto de partida y el punto de llegada. Y, sobre todo, replantear una y otra vez por qué y para qué se hacen las cosas.

Para paliar la inercia, la crítica eficaz en los medios y la atención a las quejas del pueblo son instrumentos necesarios, pero insuficientes. Hay que rescatar la verdadera función de la autocrítica. Los filmes japoneses incorporaron la palabra haraquiri al lenguaje cotidiano. En su origen, se trataba de una inmolación voluntaria en pago de una culpa. En nuestro contexto, el término se desvirtuó. Devino fórmula para salir de un atolladero.

Porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, la autocrítica implica, en primer lugar, el análisis aleccionador de las causas y razones del error cometido. La autocrítica no es acto de contrición ritualizado en un ceremonial. Es instrumento de examen para profundizar en los motivos de los problemas y despejar obstáculos en el camino de una realidad cambiante, donde las fórmulas de ayer pierden validez con el inevitable poder transformador del tiempo. En el plano de la subjetividad, se integran al aprendizaje enriquecedor del tránsito por la vida.

En el combate permanente contra la capacidad reproductiva del burocratismo, crítica y autocrítica se complementan con el rescate del profesionalismo. Al hacerse cargo del Ministerio de Industrias, el Che tuvo que apelar a la colaboración de administradores que apenas habían vencido el sexto grado. Con la mirada lúcida capaz de perforar las esencias del presente y del porvenir, sabía de la enorme complejidad del proceso de edificación de la sociedad por el hombre y para el hombre. Prestó atención prioritaria a las vías de superación de cuadros y trabajadores. Para las mayorías, había que implementar escuelas. En cambio, para quienes compartían con él altas responsabilidades, diseñó programas alternativos a fin de incentivar la capacidad de análisis y la incorporación de conocimientos indispensables para elaborar concepciones estratégicas. Como se sabe, quiérase o no, en el día de hoy se construye simultáneamente el mañana.

A mi edad ya provecta, se acrecienta mi facultad de admirar, allí donde es reconocible, la grandeza de los seres humanos. En este complejo siglo XXI, la utilidad del ejemplo del Che sigue creciendo. Fue el guerrillero que unió pensamiento y acción. Fue el intelectual preclaro, de sólida formación humanista que no desdeñó el papel de la teoría. Léase su carta a Armando Hart, cuando sobre el costillar de Rocinante firmaba ya con el pseudónimo de Ramón. Puede encontrarse en la recopilación de sus textos filosóficos recién publicada por Ocean Press y por el Centro Ernesto Che Guevara.

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