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¿Quién mató a Gaddafi?

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

A pocos días de cumplirse un año del asesinato del líder libio Muammar al-Gaddafi, el diario británico The Mail revela una interesante sospecha que corroboraría una vez más los mezquinos intereses políticos y económicos que motivaron la guerra imperialista contra su nación.

El reporte refiere que «un miembro del servicio secreto francés» asesinó a Gaddafi, el 20 de octubre pasado, «actuando por órdenes expresas del entonces presidente  (Nicolas) Sarkozy». El asesino se habría infiltrado en la turba iracunda y colérica que torturaba al coronel libio, a quien atraparon cuando huía de su ciudad natal, Sirte —asediada por la aviación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Al coronel libio lo agarraron herido por el bombardeo de los aviones caza franceses contra el convoy en el que viajaba junto a uno de sus hijos.

A esa conjetura también apuntan las declaraciones hechas a la televisión egipcia por Mahmud Jibril —primer ministro interino después del destronamiento de Gaddafi—, quien apuntó que «un agente extranjero se mezcló» con las milicias del Consejo Nacional de Transición para «matar» al coronel. Un nuevo discurso después que el CNT se vanagloriaba de la «proeza» de sus bandas armadas.

Hasta el momento, se vendía como «héroe» a Mohammad al-Bibi, quien ese fatídico 20 de octubre mostraba su orgullo por haberle propinado —se dijo— el tiro de gracia a Gaddafi, portando una gorra de béisbol de los Yankees de Nueva York y la pistola dorada del líder libio.

El asesinato de Gaddafi, con lo que culminó la despiadada campaña de bombardeos de la Alianza Atlántica, siempre fue un objetivo desde que comenzó esa guerra. No en balde se bombardeó su residencia y se emprendió un meticuloso rastreo por toda Libia, en el que se llegó a ponerle precio a su cabeza: 20 millones de dólares.

Según fuentes libias «muy bien ubicadas» —dice el rotativo británico— Sarkozy tenía muchas razones para silenciar a Gaddafi, quien de un día a otro se convirtió de «hermano líder» —así le llamó el mandatario francés en la visita que hiciera el líder libio a París en 2007— en el enemigo a eliminar a toda costa.

Si le hubiesen respetado la vida, como debió ser según el Derecho Humanitario Internacional, Gaddafi podría abrir la caja de Pandora, que no convenía a «Sarko» y otros jefes europeos. Muchas veces las ejecuciones extrajudiciales tienen como objetivo enterrar definitivamente secretos y complicidades cuya revelación no conviene a quien asesina o manda a hacerlo.

En marzo de 2011, apenas dos días antes de que la OTAN lanzara sus aviones sobre Libia, Saif al Islam, hijo de Gaddafi y su prometedor sustituto, dijo, molesto por la cama que Estados Unidos y las potencias europeas le estaban haciendo a su padre, que Sarkozy —a quien llamó «payaso»— debía devolver los fondos que le envió el coronel para ayudarle a ganar las elecciones de 2007. «Tenemos todos los detalles, las cuentas bancarias, los documentos y las transferencias. Lo mostraremos todo próximamente», aseguró Saif al Islam, quien espera un juicio en Libia.

Un año después, el diario digital Mediapart reveló un documento secreto, filtrado de un proceso judicial, que sugiere que el régimen libio acordó transferir 50 millones de euros a dos cuentas secretas de líderes del partido de Sarkozy. Según la investigación del rotativo francés, Ziad Takieddine, un traficante de armas, preparó la visita oficial a Trípoli de Sarkozy en 2005, cuando este fungía como ministro del Interior, junto a sus colaboradores Brice Hortefeux y Claude Guéant.

Durante este viaje se acordaría el exuberante financiamiento que catapultó a Sarkozy como presidente.

El documento que reveló Mediapart contiene las iniciales de Nicolas Sarkozy y de Brice Hortefeux, e incluye referencias a una cuenta suiza de la hermana de Jean-François Copé, secretario general de la UMP, y a una supuesta empresa de Hortefeux en Panamá. También concluye que el financiamiento a la campaña fue «completamente arreglado» durante la visita a Libia de octubre de 2005.

Por tanto, Gaddafi no podía ir a la Corte Penal Internacional en La Haya, ni a ningún tribunal libio. Hubiera levantado una polvareda de escándalos que pondría contra la pared a todos los oportunistas que un día le besaron la mano.

Resulta vergonzoso que a casi un año del asesinato del coronel libio, ese crimen siga impune, y peor aún que las grandes potencias legitimen la ejecución extrajudicial y el magnicidio, totalmente ilegales, como uno de sus métodos para implementar la sucia e injerencista estrategia de cambio de régimen en naciones soberanas.

¿Quién mató a Gaddafi? ¿Cuándo pagarán? En medio de un contexto signado por conflictos trascendentales para la geoestrategia imperial, el mundo necesita, para su seguridad, esas respuestas, y una ONU que no sea timoneada por espurios intereses de unos pocos.

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