Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Limpieza

Autor:

Raiko Martín

Hace media semana se terminó de derrumbar lo poco quedaba en pie de la leyenda de Lance Armstrong. Y lo siento por todos sus admiradores —que no eran pocos—, porque seguro experimentan iguales sensaciones de decepción que las mías.

Ya he leído un montón de noticias sobre el tema, repasado el documento divulgado por la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (Usada), escuchado varios de los testimonios de sus compañeros, y todavía no puedo explicarme cómo pudo suceder.

Es cierto. Parecía imposible que un hombre fuera capaz de superar un peligroso cáncer, y ganar de forma contundente siete ediciones del Tour de Francia, la carrera por etapas más exigente de cuantas existen.

Pero todos nos creímos entonces que había sucedido un milagro. O tal vez preferimos hacerlo, porque era la única forma de volver a confiar en el ciclismo, y en un pelotón de élite que por aquella época rodaba un día si, y el otro también, sobre un lodazal.

Muchos miraron hacia otro lado cuando comenzaron las sospechas. Los que le defendieron hasta último momento prefirieron pensar que se trataba de una cacería de brujas, de un complot de los organizadores galos, ardiendo de envidia al ver que nadie de casa podía seguirle la rueda.

Pero llegó el día de las acusaciones formales, y en vez de rebatir las declaraciones de 11 ex compañeros de carretera, Armstrong prefirió callar. Entonces su silencio dejó a medio mundo entre atónito y colérico, preguntándose los motivos de lo que parece ser uno de los más grandes fraudes en la historia del deporte. ¿Fama? ¿Dinero? ¿Ambas? Sólo él lo sabe.

Durante mucho tiempo, Armstrong y sus compinches no solo se burlaron de los controles, sino también de muchas instituciones. Y aunque él es la cabeza más visible, muchos más que los ahora acusados por la USADA deben tener grandes problemas para conciliar el sueño, pues de una u otra forma fueron parte de este inescrupuloso engaño.

Aun con la culpabilidad sobre sus hombros, pudo confesar. Y si bien hubiese sido irreversible la pérdida de todos los títulos conquistados entre 1999 y 2005, al menos quedaría algo rescatable de todo esto: la humana capacidad de asumir los errores.

Sin dudas, el opaco trasfondo de este asunto lo acompañará por el resto de su vida. Armstrong no ha sido la única estrella del deporte puesta en entredicho, pero tal vez la que menos ha hecho para defender su credibilidad. ¿Qué sucederá después de todo esto?  Pasará mucho tiempo para que vuelva a surgir otro «dios» sobre bielas que se acerque a su inevitablemente cuestionado palmarés. Y si eso sucede, costará muchísimo volver a creerle.

Para el mundo del ciclismo, este lamentable trance tiene varias lecturas, dependiendo del curso que tomen los acontecimientos. Sus autoridades pueden ser enérgicas, y recuperar algo del prestigio perdido. O tal vez pueden seguir mirando hacia otro lado —como muchos creemos que sucedió todo este tiempo— e intentar salvar, al menos para los libros de récords, a quien fuera considerado uno de sus más grandes héroes.

De momento han preferido la cautela. Ojalá que en el futuro, siempre apuesten por la limpieza.

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