Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Síndrome del blanqueo, un pecado inhumano

Autor:

Julio César Hernández Perera

Una noticia nos llega a través de diferentes medios informativos con un matiz de extrema preocupación: en la vecina Jamaica el «síndrome del blanqueo» está haciendo estragos entre los jóvenes negros, especialmente los adolescentes.

El síndrome hace alusión a una peligrosa moda o fenómeno social donde las personas procuran aclarar su piel negra mediante el empleo de determinadas cremas y fórmulas caseras. El auge creciente de esta práctica alcanza proporciones alarmantes y ha generado un amplio debate público relacionado, sobre todo, con la identidad. El asunto también acapara la atención de los médicos de ese país por los riesgos que implica para la salud.

Muchas de las cremas empleadas pueden contener proporciones variables de compuestos como la hidroquinona y el mercurio, este último altamente tóxico. El primero produce manchas blancas; y el segundo puede bloquear la producción de melanina, pigmento responsable de darle el color a la piel.

Sin contar la muerte, entre los conocidos daños a la salud generados por la práctica de blanqueo, hallaremos el cáncer, la atrofia de la piel, el surgimiento de cicatrices deformantes conocidas como queloides, diferentes tipos de dermatitis (inflamación de la piel), infecciones epidérmicas variadas, y desfiguraciones cutáneas conocidas como ocronosis, capaces de causar un oscurecimiento disparejo y llamativo.

Muchas de las cremas blanqueadoras no tropiezan con las regulaciones sanitarias de Jamaica. Mientras en otras naciones estas medicinas son sometidas a fuertes controles y son dispensadas mediante recetas médicas, en el país caribeño se pueden advertir en los bordes de las carreteras, aceras y en las puertas de los mercados, vendedores ambulantes que ofrecen tubos y bolsas plásticas con polvos y cremas para blanquear.

Sin embargo, pocas veces se habla de las motivaciones del deseo de tener una piel tan descolorida, a pesar de que los practicantes llegan a conocer bien los daños que esa elección provoca a la salud.

Las raíces del problema alcanzan una larga memoria histórica y están encajadas en los estigmas ocasionados por la colonización, la esclavitud, la segregación, los abusos y la valoración social de las personas en dependencia del color de la piel.

A pesar de que en Jamaica se abolió la esclavitud en 1838 y se alcanzó la independencia del colonialismo británico en 1962, los vestigios de los rezagos segregacionistas han llegado a la actualidad con una fuerza que muchos han dado en llamar «valores eurocéntricos».

Según investigaciones realizadas por Petra A. Robinson, de la Universidad de Texas A&M, Estados Unidos, desde hace tiempo para muchos jamaicanos el color de la piel es importante en definir la belleza física y el estatus social de las personas. Prevalece la apreciación de que mientras más claro es el color de la piel, mayores serán las oportunidades, sobre todo para las mujeres.

Muchos factores apuntalan esa realidad, entre ellos la occidentalización de los medios de difusión, como la televisión y los anuncios publicitarios. A través de ellos, generalmente se resaltan a los modelos de piel blanca como íconos de belleza.

Con todo este tsunami de sórdidas y envilecidas rutas saturadas de adoración hacia la piel «clara», el blanqueado ha sido considerado por muchos como un medio para alcanzar metas y mejores cosas para la vida: triste filosofía que esconde una gran ignorancia.

El concepto de mayor altura que ahora acude a mí mientras escribo estas líneas, es uno expresado por José Martí y que los cubanos conocemos muy bien y solemos repetir. Debería ponerse sobre un cartel gigante, a la vista de todos los seres de este planeta lleno de espejismos, prejuicios y engaños: «El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. […] Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad».

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