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Carlos Menem, el «carnal» de EE.UU.

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Algunos opinan que, en todo caso, Carlos Saúl Menem cumplirá prisión domiciliaria, pues las leyes de su país prescriben tal beneficio para los mayores de 70 años, y cuando termine el largo proceso judicial que al fin lo ha hallado culpable por tráfico ilícito de armas, él ya tendrá 84.

Cumpla la pena recluido en su casa o no —pues aún habría que quitarle el fuero parlamentario que le asiste como senador y se espera que, antes, la defensa interpondrá un recurso de amparo— la resolución del tribunal que lo ha condenado a siete años por el trasiego ilegal de armamentos a Croacia y Ecuador, fue considerada como «nuevos aires». En 2011 lo habían absuelto.

El camino hasta aquí ha sido escabroso. Hace 18 años se inició el proceso que unos días atrás lo declaró culpable por una causa que, aunque no alcanza a juzgar todo lo que el ex mandatario dilapidó y robó a la nación —no solo por la aplicación de malas políticas sino, como se ve, por manejos turbios en beneficio propio— al menos debe resultar alivio para tantos agraviados por su ejecutoria. Hace rato él y los otros complotados habrán gastado el millón de dólares que, se afirma, dejó como ganancia este negocio, desarrollado entre 1991 y 1993. Porque hubo otros.

Pero se trata al menos de un adarme de justicia para quienes hace tiempo la reclaman.

Siete años encerrado en casa claro que no bastarían para que Menem resarza de sus pasadas angustias a un país que bajo su mando fue lanzado a lo más profundo del hueco neoliberal, y que merced a la privatización en boga le quitó al Estado no solo el poder sobre servicios esenciales como la electricidad y el seguro social, sino ¡hasta cementerios y parques!

Con la sentencia, los escándalos por corrupción en el área política están ahora a la par de los no pocos en la vida privada de Menem que llenaron las portadas de las revistas: las peleas con su ex esposa Zulema Yoma, las acusaciones de que cuñados andaban en trasiegos sucios (uno está metido en este), y el matrimonio tardío del pizpireto mandatario, ya sesentón, con la joven modelo chilena Cecilia Bolocco…

Pero nada causó tanto revuelo ni quedó inscrito de manera tan indeleble para la posteridad, como aquella frase que ahora él adjudica al entonces canciller Guido Di Tella pero que resultó sine qua non en su mandato: «las relaciones carnales» con Estados Unidos, de las que se ufanaba la Argentina de aquellos años.

La cita viene a cuento porque no faltan analistas que entiendan como un favor a Washington la venta aprobada por el ex Presidente, mediante decretos mentirosos donde se estampó que el destino de las armas eran Panamá y la Venezuela de Rafael Caldera. A Ecuador estaba prohibido enviárselas porque se encontraba entre esos años en guerra con Perú, y a Croacia, por estar inmersa en el enfrentamiento con los serbios.

Ahora, la certificación de las Cortes anota un cargo al cuestionado expediente moral de un mandatario cuyo más feo defecto fue esa vocación servil a quien estaba estrangulando a su país, y al continente.

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