Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cine de acción

Autor:

Rodolfo Livingston

Una de las últimas películas norteamericanas de acción —Ataque a la Casa Blanca (Olympus has fallen)— muestra a un grupo de guerrilleros fuertemente armados que se apoderan de la Casa Blanca y toman de rehén al Presidente de Estados Unidos.

Por supuesto que los terroristas son malísimos, asesinan rehenes uno tras otro… Ninguna novedad, excepto una: se inauguran nuevos malos, los coreanos. ¿Por qué coreanos y no rusos o chechenos como hasta ahora? Unos meses atrás, en Corea, se corrió uno de los más graves riesgos de guerra nuclear después de la Crisis de Octubre en 1962 en torno a Cuba. La situación aún es tensa.

La guerra atómica estuvo también a punto de ocurrir, justamente en Corea, en 1950, cuando el general Mac Arthur pidió permiso al presidente Harry Truman (que se negó) para tirar allí la bomba atómica que ya había sido probada en Japón. Nada permite suponer que los generales de hoy sean más pacíficos.

Es evidente que esta película cumple la función de preparar al pueblo norteamericano para respaldar un posible ataque —que podría llegar a ser atómico— contra Corea del Norte, un nuevo «criadero de terroristas» inaugurado hoy en el cine de acción, de modo oportunista y artero. Los coreanos de la película estuvieron a punto de hacer estallar en sus silos todo el arsenal atómico de Estados Unidos ¿No convendría atacarlos antes a ellos?, es la conclusión inevitable.

El jefe de los malos, un coreano cínico, acusa al Presidente de Estados Unidos —a la sazón fuertemente amarrado— de la muerte de civiles en bombardeos actuales y pasados, de ignorar el hambre en el mundo y de otras cosas absolutamente veraces. ¿Un malo defendiendo causas justas? El mensaje de esta contradicción es claro: «Ojo con los que defienden la paz y se preocupan por la humanidad: pueden ser terroristas».

Un bueno —uno solo—, ex integrante de la custodia presidencial, salva al Presidente y le gana a todos los malos, una característica del cine norteamericano de acción, el cowboy solitario, Tarzán, Robin Hood, siempre el débil contra el fuerte. Lo contradictorio en mi caso es que ese modelo, que impregnó mi infancia en los cines de barrio, me convirtió en procubano. ¿Qué simbolizó Fidel sino la lucha del débil contra el poderoso, David contra Goliat?

Pero en esta película «el bueno solitario» es un torturador entrenado. Las cosas cambian.

Por eso ya no puedo entretenerme como hace más de 50 años, en Baracoa, Cuba. Estábamos esperando una nueva invasión, después de Girón justamente por esa costa, y en el único cine del pueblo «ponían» una película de guerra con aviones, donde los buenos eran los yanquis rubios, que mostraban fotos de novias y nenés, contra los japoneses que eran malos, con caras feroces, sin novias ni nenés ni nada que pudiera parecer humano. Adentro del cine estábamos con los yanquis, pero al cruzar las puertas de salida todos sabíamos que nos jugaríamos la vida contra ellos, si nos invadían.

Pero lo de hoy es demasiado. Ya no puedo jugar.

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