Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Quién lo hace?

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

Si me pidieran que esbozara mi mayor preocupación en torno a la realidad cubana de hoy, ni corto ni perezoso apuntaría al inmovilismo en ciertos sectores, desencadenante, en buena medida, del repertorio de problemas y dolencias sociales que denunciara recientemente el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz.

Y decirlo pudiera parecer matraca de periodista descreído, que busca simplificarlo todo, como si bastara enunciar el nombre de una enfermedad para erradicar todos los malestares que ella provoca, sin que medien diagnósticos sociales más certeros, hacia los cuales urge ir.

Resulta lógico partir de que la apatía, en términos sociales, más allá de constituirse en fuerza negativa contra sí misma y contra quien la padece, debe su origen a un escenario —en lo tocante a realizaciones personales— que se tensó durante años difíciles.

Fueron y son, como muchas veces se ha dicho, años cargados de complejidades, escasez, eventualidades y decisiones únicas, años que ensombrecieron el lente para mirar hacia algunos anhelos, legítimos todos, a los que aún se aspira con ímpetu, como el de vindicar el valor del trabajo y el salario; o aplicar el principio de distribución socialista de hacer corresponder la entrega y la capacidad de cada cual con los beneficios fruto del sudor.

Así, no es casual que en tales coordenadas estén los gérmenes de ciertos descuidos sociales, esa inercia que nos lastra, la raíz de esas desvaloraciones de la conducta de las que ahora nos lamentamos, sin que —en honor a la verdad— tampoco nos asombren demasiado; pues poco a poco, por la propia desidia que se fue asumiendo como algo natural, consustancial a las dificultades de la época y lo especial del «período», aprendimos a callar, tolerar, hacer caso omiso.

Pero, si por algo me inquieta hoy la inacción es porque las transformaciones socioeconómicas que vive el país erigen parte de su concreción y sustentabilidad en la ruptura con viejas fórmulas, la mayoría conservadoras y rígidas, recetas que sirvieron en su momento y que, lejos de garantizar ahora la disposición y el orden, pudieran provocar otros tipos de indisciplinas si no se atemperan a procesos más interactivos, participativos y multiplicadores, que conviertan al cederista o al obrero de una empresa en decisores, que hagan del barrio y el taller un campo de experimentación permanente, dialógico, contradictorio en el mejor sentido de la palabra, vivencial y querible por naturaleza.

Sé que no es fácil quitarnos de un golpe el peso de la excesiva centralización, pendiente durante años sobre muchas de nuestras estructuras; sé que cuesta sacudirnos la modorra que provocó la falta de autonomía «abajo», causante de una parálisis en la que no pocas empresas esperaban que todo viniera «de arriba», donde se ha intentado siempre repartir lo poco entre muchos.

Para seguir ganando posiciones en los terrenos de la realidad, me ubico en la antesala del próximo Congreso de la CTC que examina la temperatura de la actualización en las fibras gremiales, desde la base.

Ahí radica el gran desafío para los sindicatos cubanos de hoy: desatar otras acciones que visibilicen, representen y tributen a la necesaria estimulación por lo que se hace; de modo que se contribuya a la dignificación del hombre trabajador en su escenario, con todas sus garantías y posibilidades.

Hay que recobrar el valor de la afiliación, de la pertenencia, el porqué pago lo que pago y para qué; apostar por una mayor satisfacción material —lógica aspiración y reclamo—, como resultante del incremento de la eficiencia y la productividad; pero mientras se siga buscando cómo lograrlo para todos, no puede caer en saco roto la necesidad del incentivo.

La punta de lanza ha de ser aquello que energice y rompa trabas, aquello que comprometa y nos sacuda quietismos empobrecedores. Ni el sindicato en la base, ni el Congreso en sus amplios debates, ni el más aparentemente simple contexto de la vida misma, merecen el silencio o la inactividad. Preguntémonos entonces, parafraseando ese viejo adagio de la pelota: si no lo haces, ¿te lo hacen?; si no lo hacemos, ¿quién lo hará?

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