Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Música para quién?

Autor:

Dunnia Castillo Galán*

¿A quién no le gusta escuchar un poco de música? ¿Qué cubano no disfruta de lo lindo mientras tira su pasillo, o quién no se siente más motivado a realizar las tareas hogareñas acompañado por temas de su música preferida? Es que para alegrar el alma, el espíritu, bailar, disfrutar y entretenerse, no hay nada como un poco de melodía.

No importa si el género es rock and roll, salsa, merengue, bolero, mambo, chachachá, reguetón, música clásica o cualquier otro, pues todos tienen un público que lo disfruta, sigue y agradece. Sin embargo, en medio de este tan convulso mundo, ya se ha vuelto usual que cada uno intente imponer su gusto musical al resto de los ciudadanos sin —por supuesto— pedirle autorización.

En los barrios no resulta nada raro escuchar a todo volumen los acordes que prefiere este o aquel vecino, a quien por demás no le gusta perder el tiempo examinando si la hora es apropiada para eso. Quizá el sitio más singular respecto a este tema son las guaguas. Da lo mismo si tomamos como ejemplo un P-5, un P-10, la 222 o la 55… todas muestran similares situaciones. Si ha montado usted en alguna de estas, estoy segura de que sabe de qué estoy hablando.

Después de un agotador día de trabajo, son cientos los cubanos que, para llegar a sus casas, utilizan el transporte público, específicamente las guaguas. Primero es imprescindible pasar por abordarlas pero, una vez en ellas, puede ser que comience el derroche de «cultura» —¿acaso no lo es la música?—, pues varios individuos conformarán la agenda musical del día.

¿El primero? El conductor, quien, para evitar que nos quedemos dormidos o entretenidos ya nos trae conformada una «agradable» lista de reproducción, donde casi siempre prevalece el reguetón hiperdecibélico. Y a partir de ahí la fiesta se hace más interactiva cuando varias personas, que no concuerdan con lo escogido por el conductor, también exhiben —gracias a sus reproductores— listas musicales más acordes con «nuestros» intereses.

Y así la historia se repite varias veces durante el viaje. Cuando una lista de reproducción «llega» a su destino final y baja del ómnibus, otras dos lo abordan, mientras que los pasajeros que continúan viaje y no pueden seleccionar la música de fondo comienzan a sentir que su cabeza podría estallar muy pronto, pues el ruido se amalgama con el cansancio, la agitación del día, la gran cantidad de pasajeros y la «comodidad» del viaje, hasta formar una mezcla nada agradable.

¿Será que algunas personas no son capaces de comprender que el ruido es una fuente de contaminación? ¿Por qué el interesado en escuchar una música que considera agradable a sus oídos se empeña en compartirla con todos? ¿Conocerá los estados de ánimo de sus acompañantes? ¿Entenderá que los gustos y las necesidades de los individuos no siempre son los mismos? Varias son las interrogantes que se imponen cuando de convivencia se trata, aunque esta sea solo por algunos minutos.

Si bien la música es muy relajante, también hay que destacar que puede ocasionar el efecto contrario cuando lo que se escucha no es agradable para el receptor, el volumen es demasiado alto o converge con otros sonidos hasta convertirla en un ruido más.

Es innegable que con el auge de las nuevas tecnologías ha proliferado el uso de dispositivos de reproducción móvil, pero verdaderamente no podemos afirmar que ello sea malo, pues no son los equipos sino los individuos quienes extravían la noción de lo correcto, al usarlos sin pensar en el derecho de los demás.

Se impone aprender a disfrutar y, sobre todo, a vivir en armonía. Nunca es demasiado tarde para reflexionar, pero la solución solo depende de ti. Tampoco es aconsejable enajenarse por completo del mundo gracias al poder de los audífonos. Más que blanco y negro, este mundo está lleno de colores, pero hay que aprender a observarlos, que va más allá de simplemente mirarlos.

 

*Periodista de la Universidad de las Ciencias Informáticas

 

 

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