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El matrimonio de conveniencia no está roto

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Estados Unidos quiere tranquilizar a Arabia Saudita, uno de sus aliados en su política para el Medio Oriente. No es la primera vez que esa relación tiene sus baches, pero este no es momento para atizar diferencias conciliables.

Washington no podía seguir callado, mucho menos después de que el jefe de la inteligencia saudita, Bandar Bin Sultán, anunciara un giro en los vínculos del reino con la potencia norteamericana. Por eso, la Casa Blanca envió al secretario de Estado, John F. Kerry, a la nación arábiga, la segunda escala de una gira por la región, que lo lleva a otros pilotes fundamentales como Israel, donde el régimen sionista comparte las mismas inquietudes que la casa real de Al-Saud.

Las declaraciones del jefe de la diplomacia estadounidense tocaron cada uno de los puntos de fricción que han irritado a Riad: el caso Siria, el programa nuclear iraní, y obligadamente —más como una formalidad— la causa palestina.

Arabia Saudita rechaza el entendimiento de EE.UU. con Rusia en torno a la salida política negociada del conflicto sirio, pues teme que no resulte —como es probable que suceda teniendo en cuenta el escenario político, diplomático y militar— en la caída del Gobierno de Bashar al-Assad, y el consecuente golpe a la influencia iraní en la región, la mayor preocupación del Consejo de Cooperación del Golfo Pérsico, donde Riad tiene el peso mayor.

Al mismo tiempo, le perturba un posible entendimiento de Washington con Teherán en relación al programa nuclear, después de que las recientes negociaciones en Ginebra supusieran un buen paso para el descongelamiento de contradicciones que atraviesan esta disputa.

Kerry le dejó bien claro a su homólogo, el príncipe Saud al-Faisal, la naturaleza de «una relación profunda» de 75 años y que «va a seguir durando», al menos —y eso no lo dijo el jefe de la diplomacia estadounidense— hasta que la potencia norteamericana siga necesitando del petróleo que le garantiza su aliado.

Recordemos que Washington busca alternativas para el hidrocarburo del cual depende; y el día que los estadounidenses encuentren la fórmula energética, el grado de la alianza puede cambiar.

Y a juzgar por los acontecimientos que vienen ocurriendo en la región desde que explotaron las revueltas árabes y la caída de Gobiernos como el de Hosni Mubarak, en Egipto, y sobre todo, por la respuesta de Washington retirando el apoyo histórico a sus hombres fuertes, la monarquía teme que le pueda ocurrir lo mismo. Por eso su apuesta a la guerra contra el Gobierno de Bashar al-Assad y el apoyo al golpe de Estado en Egipto.

No obstante, más allá del enojo público de Riad, la sangre no llegará al río. Las relaciones están tensas, pero como en otros momentos, ambos Estados sabrán encauzarlas en función de sus intereses particulares.

Riad es un importante aliado en la región —lo recalcó Kerry—, no solo por garantizar con sus suministros petroleros el buen funcionamiento de la economía estadounidense, sino por la coincidencia en cuanto a posturas geoestratégicas fundamentales.

Por otra parte, Arabia Saudita necesita, para garantizar su seguridad, el armamento estadounidense. Ahora mismo existe un acuerdo estimado en 60 000 millones de dólares, el mayor de este tipo en la historia, con el objetivo de pertrechar al país árabe de una superioridad aérea frente a Irán, más hoy cuando existen amenazas al statu quo saudita, tanto a lo interno de esa nación como en lo regional.

Este es un matrimonio de conveniencia, por tanto, EE.UU. buscará limar asperezas. El divorcio aún no se vislumbra.

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