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«Adolf» Lieberman a la «fuga»

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

La justicia, la política y la «democracia» israelíes están corroídas hasta los tuétanos. Así lo demuestra la ex culpación del canciller sionista, Avigdor Lieberman, de sus crímenes, solo los imputados, no todos los conocidos: fraude y abuso de los cargos de confianza.

En concreto, se le acusa por promocionar a un colaborador suyo, Zeev Ben Arye, como asesor diplomático y embajador en Letonia, en premio por haberle protegido las espaldas cuando este sujeto, siendo embajador en Belarús, le facilitó información clasificada sobre investigaciones de las autoridades de Tel Aviv en torno a los negocios turbios de Lieberman, realizados durante años, entre ellos el blanqueo de dinero en complicidad con empresarios extranjeros.

Si Lieberman pudo quitarse tanta basura de arriba en plena campaña electoral de 2012, cómo no terminar «limpio» ahora a los ojos de la justicia, por «abuso de confianza» —«una conducta inapropiada, pero que no justificaba una condena a prisión», arguyeron los jueces sobre el espaldarazo al embajador Ben Arye.

Además de este proceder, el acuerdo al que llegó Lieberman con su socio, el primer ministro Benjamin Netanyahu, en diciembre pasado, para que este le custodiara la Cancillería hasta que concluyera el proceso, ya evidenciaba que la historia de fechorías terminaría bien para el delincuente de cuello blanco.

El regreso de Lieberman a la jefatura de la diplomacia —cargo que muchos, incluso políticos y analistas, coinciden en asegurar no debe ocupar un racista y xenófobo que amenaza con la limpieza étnica del pueblo palestino— constituye un material lo suficientemente inflamable para las tensas conversaciones de paz entre la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y Tel Aviv. Otra prueba de que Israel no muestra seriedad ni voluntad política para resolver el conflicto de una manera justa.

El perfil de este fanático está tan lleno de ignominias que sus opositores políticos lo tildan, con toda razón, como Satanás o la reencarnación de Adolf Hitler. Fiel defensor de las guerras y el genocidio, entre sus propuestas macabras está «ahogar a los palestinos en el Mar Muerto».

Otra de sus recetas tenebrosas la ofreció cuando en una de las agresiones del ejército israelí a Gaza, aludió a un bombardeo nuclear contra ese territorio palestino: «Nuestros soldados están haciendo bien el trabajo en Gaza, pero la solución no es la invasión; la solución es como la que Estados Unidos adoptó con Japón, en Hiroshima y Nagasaki».

En 2002, el diario israelí Yedioth Ahronoth citó a Lieberman en una reunión de gabinete: «A las ocho de la mañana vamos a bombardear todos los centros comerciales, a la medianoche sus estaciones de gasolina y a las dos vamos a bombardear sus bancos». Por supuesto se refería a Palestina.

Diez años después, durante la operación Pilar Defensivo contra la Franja de Gaza, quiso emprender una operación terrestre en la que «habrá que ir hasta el final».

Lieberman no esconde su naturaleza grosera y bárbara. Es un peligro para la convivencia pacífica de la humanidad. Llegó al extremo de proponer el bombardeo de la presa egipcia Assuan, en represalia por el apoyo de Egipto a Yasser Arafat. El halcón también ha abogado por bombardear a Irán, un plan que comparte con Netanyahu.

Aunque anda ahora celebrando su falsa inocencia y su retorno al Gobierno, la Corte Penal Internacional debería tomar nota de los arranques y abusos del Canciller sionista, y sentarlo en el banquillo de los acusados. Y junto a él, muchos otros responsables del infierno que viven los palestinos.

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