Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La fina pedagogía de Nuria

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Muy a pesar tuve que perderme una clase de la querida Nuria Nuiry. Y me disculpo con ella, MAESTRA con mayúsculas. Mucho más que Doctora, catedrática y profesora universitaria, mujer sabia y culta —que también ha sido todo ello con creces—, a Nuria la siento como mi maestra.

No pude asistir a un asalto de cariño que le propinaron en la Unión de Periodistas de Cuba por sus 80 noviembres. Y en mi ausencia, no puedo menos que felicitarla por haber sido eso: sencillamente Nuria Nuiry, la mujer que alumbró con luz martiana los laberintos muchas veces enrevesados de toda una generación de aprendices de periodistas, en tiempos de tierna crudeza.

Me veo 40 años atrás indócil, rebelándome en las aulas de aquella Escuela de Periodismo que ni soñaba Internet ni inmediatez alguna. Me veo absorto ante el despliegue ideográfico de Nuria Nuiry en la asignatura José Martí. Su clase trepidante entre el relato y el sustrato, entre el sentir y el pensar. Y yo, enardecido grumete de su expedición martiana, descubriendo la esencia del mayor de los cubanos. Sí, este alumno embelesado, fisgoneando las contrariedades y probables ingratitudes de los hombres que implica la gran causa; de paparazzi en la enigmática reunión de La Mejorana, o subiendo montes de Playitas a Dos Ríos.

Maestra impar, Nuria engarza la crónica y el análisis, la estética y el cartesianismo de la pedagogía. Su frágil figura hasta la delgadez extrema, sus ojos tristes, nos conducían con una energía volcánica hasta donde ella se lo propusiera. Ah, qué escasos esos maestros que burlan el tiempo y el espacio, y deben despertarte de tu ensoñación, porque ya terminó la clase, y vuelves tú al presente, a lidiar con tu tiempo y tu espacio…

Desde esas obras fundacionales, Visión de los vencidos y el Popol Vuh, Nuria también nos fue sumergiendo en las aguas inquietas y mágicas de la literatura latinoamericana. Y nos enseñó a «nadar» en ellas con la brújula epistemológica de la emoción y el conocimiento; sobre todo para vernos en esos espejos y reconocernos: de dónde venimos y hacia dónde vamos.

En su aula, no cedió jamás a los populismos y las concesiones. Prefería a los insensibles y superficiales fuera de clase. Les condonaba la ausencia si fuera menester. Y la distancia necesaria que mantenía entre profesor y alumno, la tejía por debajo con el cariño y el respeto que sentía por aquel tropel de desordenados e inquietos absorbentes del saber y el sentir.

Que me disculpe mi maestra si no pude abrazarla en su 80 aniversario. Solo quiero que sepa que siempre estaré en la primera fila, esperándola inquieto en el pupitre patrio desde donde sigo viajando por la dignidad, la honra y la belleza, asido a la sencillez y la autenticidad que ella me legó. Ah, y si hablo demasiado en la clase de mi país, si soy inoportuno o algo travieso, que me perdone. El camino de la virtud y el saber es una cuesta difícil. Como las calificaciones rigurosas de Nuria Nuiry.

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