Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un preso asesinado en Victorville

Autor:

Nyliam Vázquez García

Todo comienza con el silencio. Más del normal, más del que impone la injusticia por más de 15 años, trae la ansiedad. Y la angustia crece. Primero uno puede imaginar que es una sensación leve, llegada de pronto, que se trata de espantar con un pensamiento positivo: «No debe ser nada; va y llama más tarde o escribe un correo», luego va creciendo, cuando el teléfono no suena, cuando el buzón no avisa de un mensaje nuevo, cuando nadie sabe nada.

La angustia debe crecer tanto hasta dejar sin aire a esa familia, lo mismo que a otras cuatro familias cubanas. Podrían haberse acostumbrado después de tanto tiempo, a fin de cuentas Gerardo Hernández Nordelo está condenado, a pesar de ser inocente, a dos cadenas perpetuas más 15 años de reclusión. Además, cumple la sentencia en una prisión de máxima seguridad. Pero ¿quién podría acostumbrarse a saber en peligro a uno de los suyos, a tener la certeza más absoluta de que la prisión no es el lugar para un hombre bueno, a sentirse impotente ante la injusticia y, a cada rato, ante el silencio?

¿Qué estará pasando? ¿Estará enfermo? ¿Y si le subió la presión como en 2010? ¿Lo habrán llevado sin razón al «hueco», como tantas veces? ¿Otro preso le habrá hecho daño, alguna bronca?... Esas quizá sean las preguntas de Adriana, la esposa de Gerardo; las de Chabela, su hermana, o las de los amigos. Después de tantas dudas sin respuestas debe quedar el dolor intenso, los ruegos porque llegue una señal de vida. ¿Cuántas veces las familias de los Cinco han pasado por esta zozobra?

Hace un par de semanas Gerardo dejó de comunicarse. Y el ciclo terrible de la incertidumbre familiar se inició una vez más. Escudriñando en la web pudo hallarse una noticia terrible y, sin embargo, nada extraordinaria en el sistema penitenciario estadounidense. Daily Press, un medio local de California, daba un poco de luz sobre las razones del silencio de Gerardo.

«Inmate killed at Victorville prison» (Preso asesinado en la prisión de Victorville). Solamente el titular ya era suficiente para que el suelo comenzara a tambalearse bajo los pies de Adriana, de todos. Los párrafos siguientes no eran muy halagüeños: el interno había sido encontrado muerto en su celda, luego de haber sufrido «a serious assault» (un serio asalto), según el Buró Federal de Prisiones. El nombre del interno aún no se había notificado y la prisión se mantenía en lockdown, o sea, los 1 300 presos eran mantenidos en sus celdas, mientras el FBI investigaba el incidente.

Suponiendo que la esposa de Gerardo y el resto de la familia hayan llegado al final de la noticia, es fácil imaginar que solo quedaron más dudas, que la angustia instalada en el pecho desbordó las murallas de la coraza diaria. Ya sabían la razón del silencio. Ahora, más preguntas y la avalancha de conjeturas: ¿Quién será el preso? ¿Habrá ocurrido en su unidad? ¿Y si ahora las pandillas de la prisión toman represalias? Y si… Un rosario interminable.

Las horas de esperar se hacen eternas y todo ocurre a miles de kilómetros. Uno se imagina a cada quien aferrado al mejor escenario. Uno se imagina a René preocupado, a cinco familias —que son una sola— también pendientes del timbre del teléfono. Saben como nadie de horas de desolación. En otras ocasiones han sido Ramón, Tony o Fernando quienes no dan señales.

Tal vez ese sea el momento de pensar que, como cada uno de los Cinco, en los 15 años que Gerardo lleva injustamente tras las rejas, jamás ha tenido un reporte disciplinario, su actitud ha sido intachable. Sin embargo, es muy probable que rápidamente llegue a la mente, como un mazazo, el hecho de que está rodeado de asesinos, de gente que ha cometido los peores crímenes. Comienza una lucha interna. Una batalla que no solo se libra de este lado, sino también en la soledad de la celda de Gerardo, quien seguro se desespera al saber que los suyos estarán preocupados, que su Adriana padecerá de insomnio, que tal vez no tenga apetito, y a él no le gusta que ella deje de comer.

Todos quieren creer que está bien, pero la verdad es que siempre está en peligro, porque Gerardo, lo mismo que Ramón, Fernando, Antonio y René, no debieron estar nunca tras las rejas. Salvar la vida de seres humanos, tanto cubanos como estadounidenses, no podía ser castigado. Gerardo tendría que estar con su esposa, con su familia, rodeado de los hijos de sus sobrinos… Aun más, debería estar rodeado de esos hijos que le han negado tener.

Cuando el teléfono suena, cuando la voz es la suya, llega un poco de paz: ¡Está bien! Luego las preguntas que él responderá de prisa —son solo unos minutos que debe administrar—, la alegría momentánea… Gerardo ya se comunicó con su familia, pero agazapado queda el temor al silencio de una próxima vez, al peligro cierto, a que tenga que vivir más tiempo así, a que muera allí, como pretenden.

Otro lockdown. Otra vez Gerardo está incomunicado, no se sabe la razón. Ahora mismo vuelve a estar solo en su celda. Comienza un nuevo ciclo de incertidumbres.

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