Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los desnudos de Lady Gaga

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Ya en los colmos de la desesperación, la profesora de Historia bufó: «Oiga, estudiante... atienda. ¿Durmió mal anoche?». El alumno dio un brinco y en la clase se escucharon las risas. El joven movió las mejillas en un intento por alejar el sueño. Aguardó a que la docente se concentrara en otra parte del aula y cuando lo hizo, respiró hondo. Miró a su compañero de mesa y murmuró: «¡Qué fastidio!»

Conclusiones del suceso: las clases de Historia muchas veces son víctimas del esquematismo y de encorsetamientos en programas de clases y rutinas escolares. Algo que, por los reiterados llamados de alerta hechos en disímiles espacios, pudiera resultar una obviedad si no fuera por los problemas más graves que trae aparejados.

Uno de ellos, de los menos palpables —al menos de manera inmediata— es la acumulación de un desconocimiento en los jóvenes sobre el pasado de su país y su identidad como ciudadanos, combinado con una visión de la vida —alimentado por las formas en que se presenta la Historia— de que todo está ordenado, las relaciones entre los seres humanos son en blanco y negro y despojadas de matices, y los héroes son tan grandes y perfectos que terminan por ser aburridos.

Ahora que se habla con insistencia de preservar el patrimonio de la nación, también debería tomarse bien en cuenta que, en el caso de la juventud, el papel del maestro ya no es el único relevante en la sociedad a la hora de adquirir información y conocimientos. Ahí están los celulares, los videoclips, los documentales y videos caseros que viajan de mano en mano y en las memorias USB, las estrellas de espectáculos con modas y comportamientos que se hacen más cercanos a la juventud.

El ejemplo de esa verdad lo vivió un joven profesor universitario al llegar a su clase, precisamente una mañana en que se conmemoraba el inicio de la guerra de las Malvinas. El docente quiso iniciar su conferencia por ese suceso y lanzó la pregunta de rigor. «Bien —dijo—, ¿qué se conmemora hoy?» Un estudiante levantó la mano y respondió: «El cumpleaños de Lady Gaga».

Con otro docente y en otro lugar, quizá el muchacho sería vapuleado con la condición de ignorante. Pero el profesor aceptó el reto y vinculó la vida de la cantante norteamericana con el conflicto que enfrentó a Gran Bretaña y Argentina en 1982. Sin embargo, la lección estaba ahí: en los nuevos tiempos que corren —en los cuales pueden imperar los desnudos de Lady Gaga o cualquier estrella de turno— se necesitan nuevas maneras de impartir las clases y de motivar la atención de los jóvenes.

No obstante, la cuestión es: ¿podrán esas formas desarrollarse en la cotidianidad?, ¿lo permitirían los horarios rígidos, el brutal papeleo y las revisiones y visitas constantes, a veces más interesadas en el orden de los documentos que en las iniciativas del maestro?

Las respuestas quedan a la iniciativa de los lectores. Solo que, existe un detalle, a veces pasado por alto, en el caso de la Historia. Y es que no toda persona está en condiciones de ser profesor de esa disciplina. Lo será de otra asignatura, incluso podrá encontrarse muy preparado en el pasado de la nación, y aun así podría no resultar un buen docente en la materia si no sabe contar los hechos. Porque el historiador, por exigencias del oficio, es ante todo un «cuentista» de hechos reales y, como todo narrador, su secreto está en cautivar al auditorio —si es que de entrada no desea caer en el olvido.

Uno de los ejemplos a favor de ese tipo de maestro se ilustra en Homero y los juglares que cantaban las gestas de los héroes de sus pueblos. Todos ellos, tanto en la Grecia Antigua como en las cortes y plazas de América, debían cautivar a sus oyentes durante horas, al hablarles sobre hechos que habían ocurrido hacía mucho tiempo.

La prueba de esa efectividad se halla en que han pasado los siglos, llegaron la imprenta, la radio, la televisión, apareció Internet, y todavía las historias contadas por esos hombres nos siguen cautivando como el testimonio más fehaciente de que solo ahuyentando el aburrimiento podremos encontrar la invitación para conocer nuestro pasado, como una manera de cuidar y entender el presente.

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