Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una deuda con Melba

Autor:

Glenda Boza Ibarra

Cuando Elda Pérez Mujica le presentó al joven Abel Santamaría a Melba Hernández Rodríguez del Rey, la historia de Cuba ganaba otros brazos de mujer para acunar y proteger la Patria.

Abogada de profesión y natural del municipio de Cruces, hoy perteneciente a Cienfuegos, aquella joven impresionó a todos con su entusiasmo por la causa revolucionaria.

En Melba, Haydée y Abel Santamaría encontraron a una hermana de esas que no une la sangre, sino la propia vida preñada de rigores y peligros en la lucha.

A partir de ese momento fue una asidua visitante del apartamento de 25 y O, en La Habana, donde se reunía la Generación del Centenario para soñar la Cuba libre. Allí preparaban los volantes y artículos contra la tiranía, planeaban el asalto al futuro.

«Éramos muy alegres, recordaría Melba sobre aquellos años. A pesar de la actividad clandestina y revolucionaria, no renunciábamos a uno de esos segundos de alegría, paseábamos, asistíamos a fiestas, pero siempre bajo el permiso y el control de Abel».

Melba fue la única descendencia de Elena y Manuel, quienes no imaginaron que junto a los amigos que frecuentaban la casa, su hija sería protagonista de un suceso que cambiaría el destino del país.

Le tocó a ella transportar las escopetas en tren hasta Santiago de Cuba, que no cabían en el equipaje. Para llevarlos, en una florería consiguió una caja de gladiolos y, justo cuando todos se preguntaban qué hacía Melba con flores, ella llegaba cargada de armamentos.

Activa y enérgica la recuerdan aquel 26 de julio las trabajadoras del hospital Saturnino Lora. Curando heridos y socorriendo a sus camaradas, aprendió algunos de los cuidados de la enfermería. Señalada luego por un infame delator, comprendió que no hay remordimientos contra los malos cubanos, esos por los que también se lucha.

«Ustedes son las que se tienen que salvar», fueron las últimas palabras que le escuchó a Abel. Sabría de él luego, cuando un guardia le enseñó sus ojos. Y Abel también era su hermano, por eso recordaba con exactitud la hora de su muerte. A las nueve.

«Sentí las manos de Melba sobre mis hombros. Vi al hombre que se me acercaba y oí una voz que decía: “han matado a tu hermano”». Toda Melba eran aquellas manos que la acompañaban, recordaría para siempre Haydée.

Más de siete meses sin separarse habían estado las dos heroínas. Por eso, ante el profundo dolor de Yeyé por la pérdida de los seres queridos, Melba supo alentarla: Vamos a seguir luchando, no sé cómo, pero nos abriremos camino.

Y juntas sobrevivieron a la prisión y se incorporaron a la lucha.

Tiempo después la vemos preparando en México el desembarco del Granma y despidiendo a los revolucionarios en el muelle de Tuxpan. Y más tarde, asumiendo valientemente las nuevas tareas de la naciente Revolución, de embajadora en Vietnam, y dialogando con el líder anamita Ho Chi Minh.

Faltaban dos días para que cumpliera los 32 años cuando amaneció aquella mañana en el Moncada. Murió el domingo 9 de marzo de 2014 en La Habana, más de 60 años después.

Se veía a sí misma acompañando en la eternidad del infinito a sus hermanos caídos aquel día de 1953, quería estar para siempre junto a su hermana Haydée…

Tenemos una deuda con nuestros hermanos muertos, respondería en una ocasión a la periodista Marta Rojas.

También nosotros, Melba, tenemos una deuda contigo.

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