Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿El paraíso olvidado?

Autor:

Margarita Barrios

En los recuerdos más queridos de mi niñez están las vacaciones en la playa de Guanabo, y estoy segura de que para muchos cubanos esta tiene igual significado. Y es que no era solo arena y mar, eran también los conocidos «caballitos», el cine con sus matinés infantiles, el pequeño teatro, la amplia gastronomía y las casas y moteles de alquiler.

Hoy es triste ver cómo han desaparecido muchas de las conocidas y gustadas ofertas del lugar. Al menos en este verano a Guanabo le faltó el apoyo de las acostumbradas ofertas de la gastronomía y el comercio, que en ambas monedas estuvieron en otras playas del este de la capital, como Santa María y Mégano.

Y esto es asombroso, pues hace bastantes años que los ómnibus que llevan desde la ciudad hacia esa zona del litoral dejaron de transitar por dentro del balneario, y es solo en Guanabo por donde se acercan a la costa. Es por ello que esa playa se convierte en la mejor opción para la familia que no dispone de un medio de transporte propio, o de un CUC o 25 pesos por persona para hacer el viaje en los conocidos «almendrones».

La consecuencia fueron los elevados precios de los productos gastronómicos en «las paladares», donde una pizza de queso estaba en el rango de los 40 CUP y un jugo a 15 CUP,   por solo citar algunos ejemplos.

Por otro lado el deterioro del balneario es impresionante. Solo en los extremos del litoral es posible el baño, pues la orilla está bloqueada por trozos de demoliciones que, sedimentadas en el fondo, constituyen una gran dificultad para quien desee entrar al agua, y hace que los bañistas se aglomeren en determinadas zonas.

En la arena no hay cestos para depositar desechos, lo cual unido a que no hay personal que limpie asiduamente todo el litoral y la actitud descuidada de los vacacionistas, hacen de la arena un lugar indeseable, donde tampoco faltan los pedruzcos, mientras aguas malolientes llegan a través de algunas de las pequeñas calles que asoman a la costa.

Aunque la palabra Guanabo significa en lengua aborigen Palmar, es difícil encontrar alguna planta que embellezca la zona, el cuidado del entorno natural está olvidado, y para colmo algunos de los que han instalado sus espacios para ofertar alimentos ligeros no han tenido buen gusto en el diseño.

En medio del desaliño, y el mal gusto, el atentado al ornato público y la higiene, llama la atención la presencia de una brigada de inspectores que se acercaban a las familias que tenían allí perros, para imponerles una multa de 50 CUP y exigirles su retiro inmediato del área de baño.

Ante la sorpresa, pues desde pequeña la presencia de las mascotas en la playa es algo habitual, incluso de las mías, busqué el Decreto-Ley 118 de 2001 citado por los inspectores, y exactamente, en su Sección II de la Higiene Comunal, Acápite D, expresa, entre otros aspectos, que se impondrán multas a quien permanezca en las arenas o las aguas de las playas con animales domésticos o de corral.

Es bien alentador que se haga cumplir lo establecido, y pienso si entonces no sería oportuno señalar zonas de baño para los canes, como es habitual en muchos países donde existen legislaciones que comprometen a los dueños y a la sociedad en general con el cuidado y protección de los animales y las plantas.

Así transcurrió la vida este verano por mi querido Guanabo, al parecer un paraíso olvidado. Quizá el año que viene, cuando de nuevo el calor me lleve a las cálidas aguas del este capitalino, vuelva a sorprenderme porque algunas cosas hayan cambiado, pero esta vez para bien.

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