Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Estamos en eso

Autor:

Osviel Castro Medel

Sucedió un sábado de agosto, al filo de la una de la tarde, en pleno corazón de la ciudad de Bayamo, específicamente en La Bodeguita, un comercio que expende alimentos en las dos monedas y tiene una clientela no despreciable.

El establecimiento, con algunos empleados dentro, exhibía en su puerta el rótulo del horario oficial: De lunes a domingo, de 9:00 a.m. a 8:00 p.m. Sin embargo, estaba cerrado.

Cada potencial consumidor que llegaba recibía a través del cristal una respuesta en mímica que confirmaba, en efecto, el extraño cierre al mediodía.

Eso, hasta que un inquieto cliente pidió una explicación. Una señora la ofreció, casi sin abrir la puerta: «Estamos en un arqueo; hay cambio de cajero».

El hombre, curtido ya en el mundo de interrupciones en otras entidades por arcos, flechas, inventarios, días de la técnica, días de la higiene, días de los puntos suspensivos... preguntó entonces por qué no colocaban a la entrada esa información tan oportuna.

Vino entonces la respuesta estrambótica: «Ya estamos trabajando en eso». Y remató la fugaz charla diciendo que próximamente iban a cambiar el «logotipo», palabra que, aunque estaba fuera de lugar, se refería de seguro al cartel del horario.

Tal vez La Bodeguita sea un establecimiento de primera o de home play, y le resulte imposible por diversos motivos, como otras entidades, cumplir el horario corrido que anuncia en sus letreros.

Sin embargo, estas líneas no nacen para fustigar ese contrasentido, sino para reflexionar sobre el nebuloso e incompresible «estamos trabajando en eso», que se ha hecho miel en los labios en numerosos escenarios a lo largo de la nación.

«Estamos trabajando en eso» o «estamos en eso» o «trabajando en base a eso» han adquirido muchas veces, a fuerza de repetición, el significado de un nunca-jamás; o de la demora ilimitada, antítesis del éxito y la concreción de obras.

Por otro lado, se han convertido en comodines para salir del paso a la velocidad de un zepelín. Han devenido oraciones de cabecera en el vocabulario de burócratas, quienes ya ven en esas frases un abracadabra.

Pero lo peor no es ni por asomo que ese conjunto de palabras haya pasado al lenguaje cotidiano de un grupo, sino que persista como proceder habitual o como filosofía de la vida; lo peligroso es que, más allá de segmentos que siempre «estén en eso» sin resultados, se enquiste en las raíces sociales y, a la larga, esa estación de promesa incumplida nos contamine el árbol todo de la nación.

«Estamos en eso» sobrepasa el perjuicio sabatino de un cliente de ocasión (por cierto, 11 días después aún estaban «trabajando en ese sentido» en el establecimiento de marras porque no habían renovado el cartel). Daña la calle que fue desbaratada para arreglarla, pero quedó a la espera; quebranta la «atención al hombre» de los trabajadores que nunca vieron el agua fría o el mínimo insumo prometidos por cierta administración; estropea los trámites de miles de personas; hiere la existencia de los que fueron peloteados con la bendita frase.

Ha menoscabado al país, que necesita sacudirse de perezas, y no puede «quedarse en eso» o con la expectativa «de eso». Requiere que «eso» sea en verdad obra tangible en las personas y lugares, sea fruto, acción, hechos... realidad.

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