Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una declaración, cinco hombres… un libro

Autor:

Nyliam Vázquez García

Todavía lo recuerdo entrando a casa con los ojos más azules, más brillantes que de costumbre. Me contó del homenaje al centenario de Pablo Neruda, de las ideas para hacer de la fecha un acontecimiento en Cuba. Después de lanzado el concurso Veinte ocurrencias de amor y una declaración desesperada en su columna semanal de JR, Guillermo Cabrera Álvarez (mi GG) vivió jornadas de buzón repleto por la acogida de sus lectores.

Cada tarde bajo el techo donde tuvo la confianza de acogerme, mi GG me contaba de las linduras y anécdotas llegadas para concursar. Cada quien volcaba en letras sus recuerdos más preciados. Ya casi al final del plazo del concurso de la Tecla me preguntó:

—¿Y tú no vas a escribir nada?

No lo había pensado, la verdad no tenía intenciones de participar, pero creí sentir en su tono de voz que le hacían ilusión mis letras. Las mías junto con las que le llenaban de satisfacción en esos días, prueba de la calidad humana del hombre común, de su capacidad de amar y de expresarlo. Quizá intuyó, aunque ni yo misma lo supiera, que tenía cosas que decir.

—Claro, GG, ¿cómo crees que tu Fea 72 no va a escribir? Solo estoy pensando qué quiero contar.

Después los días fueron como los anteriores, con su brillo azul coronando cada anécdota de la que me hacía partícipe tras regresar del Instituto Internacional de Periodismo. La mañana antes de la fecha del cierre del concurso ocurrente me senté en su biblioteca, en su máquina —la misma en la que escribí mi tesis de licenciatura— y comencé a teclear. No había pensado antes en nada, solo escribí. Como siempre me detuve par de veces a mirar el mar desde la altura del piso 12 A, sin embargo fue un texto que salió de un tirón.

Terminé, lo firmé con mi nombre al revés (o al derecho, según se mire) y lo envié. Para mí era vital que mi GG supiera que había cumplido, que había escrito desde la hondura de mis esencias. No había vivido ni la mitad de las experiencias que llegaron después, pero quién podría adivinarlo. Entonces ellos solo eran hombres que merecían mi amor y mi respeto; ellas, las mujeres que les habían robado el corazón y sus familias, porque me habían salvado. Diez años después, aquella certeza casi adolescente solo se ha llenado de argumentos.

Vivir bajo el mismo techo de uno de los seres más importantes del mundo a la N, no me otorgó ningún privilegio. Me siguió contando de lo escrito por otros, pero nunca mencionó haber recibido mis letras, ni haberlas reconocido entres decenas de miles. Me enteré del premio como el resto de los concursantes, por la nota en el periódico. Allí salió publicada mi declaración desesperada con el nombre al revés.

Me recuerdo sentada en la escalera del edificio con cara de asombro ante la edición de JR de ese día de 2004. Creo que lo llamé, como si él no hubiera armado esa columna, para compartir la alegría y la sorpresa. Seguramente después le hablé del orgullo porque el poeta colombiano, José Luis Díaz-Granados, presidente del jurado, hubiese valorado tan altamente aquel texto tan sui géneris.

Quién me iba a decir que, cinco años después del concurso, recién llegada de China, con el dolor de que mi GG no me esperara y se convirtiera en polvo enamorado, Rogelio Polanco, entonces director del diario donde escribo desde que me gradué, me llamaría a su oficina. Polanco me pidió que escribiera desde mi sensibilidad sobre el tema de los Cinco y eso he tratado de hacer desde entonces.

Ni la más experimentada cartomántica habría podido adelantarse otro lustro y decirme que participaría en una investigación sobre la historia más íntima de Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René. Pero no hubo pitonisas ni brujos a los que seguro habría puesto en duda. Lo cierto es que dentro de pocas semanas el libro Retrato de una ausencia sale por fin de la imprenta. Escrito a cuatro manos con Oliver Zamora Oria, casualmente compañero de la Universidad, e ilustrado por el artista Ernesto Rancaño, el texto ha sido mi mayor desvelo durante los últimos dos años.

Ahora que releo el texto Cinco me amaron así, premio de aquel ocurrente concurso, pienso que con Retrato de una ausencia se cierra un ciclo. Me llena de paz, además, sentir ese brillo azul que me hace mejor.

A estas alturas quienes leen esta columna habrán notado la necesidad de desahogo, la ansiedad ante los acontecimientos por llegar. El libro, que se me antoja resultado de la combinación de los astros, se suma al reclamo por el regreso de esos hombres tan especiales, cubanos, para más señas. De algún modo es un libro con un toque azul, un texto que sin saberlo tuvo la primera semilla en una ocurrencia de mi GG, en un pedido de mi amigo Polanco. Un libro que, sobre todo, se parece a todo lo que soy una década después.

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