Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Defender una causa

Autor:

Yisell Rodríguez Milán

Una causa. Él tenía una causa. A veces me parece que por mucho que queremos parecérnosle, y aunque nos tatuamos su mirada en los hombros o en las espaldas, y enarbolamos su imagen en cada acto y sus frases se leen en no pocas investigaciones e informes, esta generación mía debe seguir aprendiendo de lo que nunca le faltó al Che Guevara: su pasión por las causas nobles.

La gente se ha ensimismado tanto en sí que ya parece no importarle a algunos, solo a algunos, que le arrebaten a un desconocido una prenda frente a ellos, que un hombre golpee a su esposa, que una madre arrastre a pescozones a su infante, que se cometa una injusticia en nombre de la justicia en algún centro laboral o que se disfrace de política nacional la decisión errada de alguien que detenta cierto poder. Me parece que el Che no hubiera permitido eso.

Hace unos días, en un espacio en que confluíamos algunos cientos de jóvenes, un bloguero me decía que últimamente parece que ser revolucionario, en el sentido más ético de la palabra, se ha convertido en un asunto de minorías. Yo sé que no es así, pero lo pareciera.

Y es que cada vez quisiéramos encontrar menos gente anquilosada en el «no se puede», en el «no hay» o en el «no y ya», y muchas más personas consecuentes con el ideal de hombre inteligente y de bien que preconizara el Che. Cada vez hace más falta gente creativa y justa, dispuesta a poner su talento al servicio de alguna buena causa dentro de la Revolución.

Pero entonces, menos mal, te percatas de que conoces a un muchacho como Edel a quien recuerdo de aquella vez en que un hombre en una moto, borracho hasta la médula, chocó frente a nosotros muy cerca de la universidad y en tanto otros transeúntes se retiraban para ahorrarse las demoras de testificar ante la policía, él asumió el reto de llevar al herido hasta un hospital y hacer lo que hubiera que hacer.

O tienes la suerte de estar cerca de Adriel —su nombre es solo un nombre—, a quien nunca he visto rechazar un cargo —y yo sé que no están de moda—, porque aunque es «cabezadura» y adicto al trabajo, parece tener una sola misión en la vida: ser lo más justo que pueda, aun cuando eso signifique, en medio de un debate, disparos en su presión arterial tan peligrosos como una decisión culpabilizadora en la vida de una persona honrada.

Pero esta es una época en que las causas y hasta los heroísmos se miden con una varilla diferente a la de hace 14 años, cuando empezaba el siglo y la gente se recuperaba de los golpes de los 90; y a la de hace dos décadas, cuando dicen que éramos más humanos y menos egoístas aunque los salarios fueran más bajos y se nos saturara de producciones rusas.

Hace unos meses en el sitio web Soy Cuba (www.soycuba.cu) convocamos a un foro sobre la heroicidad en los tiempos actuales. Les comento el resultado: primero el debate versó sobre la idea de que somos héroes «porque lidiamos con el contexto socieconómico actual, que es bien complejo, que es bien difícil». Algunos planteaban que lo eran casi por respirar, y eso no se vale.

Luego los comentarios giraron en torno a que quien hace su trabajo es un héroe. ¿Y por qué si es eso lo que le toca?, pensaba mientras leía. Un usuario, en medio del debate, argumentó: «Según Ecured: una persona se convierte en héroe cuando realiza una hazaña extraordinaria y digna de elogio e imitación para la cultura de su lugar y tiempo, particularmente cuando para ello sacrifica o arriesga valerosamente su vida, mostrando con ello gran valor y virtudes que se estiman dignas de imitación (solidaridad, empatía, generosidad), sobre todo para los jóvenes. No clasifico entonces», concluyó.

Una causa. Para ser como el Che, creo, hay que tener una causa que defender.

No es ser extraordinario, es proteger con palabras o acciones lo que crees noble y justo en estos tiempos en que nuestra causa mayor, Cuba, necesita de la buena voluntad y el humanismo de sus hijos, para que nunca se haga realidad —por andar todos desconectados de los demás—  ese adagio pesimista y «antiguevariano» que sostienen algunos de que la juventud anda medio perdida.

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