Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Retrato que exige completar presencias

Autor:

Enrique Milanés León

«Señora, ¿usted cree en Dios?». La aguda pregunta de Ramón Labañino a una funcionaria de prisiones en Miami inicia el libro Retrato de una ausencia y uno comprende enseguida que va a sumergirse en historias sobre una fe —en los seres humanos y en su derecho a existir en ese entorno sagrado llamado patria— y sobre las maneras heroicas de defenderla.

El texto de los periodistas Nyliam Vázquez García y Oliver Zamora Oria (Editorial Capitán San Luis, La Habana, 2014), que parece haber planteado a sus primeros lectores el dilema de la clasificación, me recuerda, por su montaje, la siempre asombrosa novela Pedro Páramo, del mexicano Juan Rulfo. Aquí, como allá, se nos presenta la interesante sucesión de revelaciones diversas, oraciones del alma, murmullos contados casi como en sueños, esta vez de celda a celda, de familia a familia, de hombre a mujer… pero entre las múltiples diferencias, que claro está, tienen, hay que apuntar que, si los susurros rulfianos conducían por el pueblo de la muerte, Retrato de una ausencia es un libro florecido que contiene en cada página, aun en las referidas a los más duros escenarios, la vida perdida para siempre de Comala.

El rasgo esencial del nuevo volumen dedicado a los cinco luchadores antiterroristas cubanos condenados sin justicia en Estados Unidos es la pintura entrañable, la mirada cercana y la alternancia de amor y terror en la que se asienta la raíz de su proceso.

Los autores parten de poéticos bocetos personales de Antonio, Ramón, Gerardo, Fernando y René y comienzan a añadirles color página a página, tejiendo, cual portadores de pacientes agujas familiares, anécdotas que anudan apellidos. No hay mandato mejor que estas estampas, muy bien recogidas, para hacer valer la condición del héroe: Antonio estudiando en la cárcel las materias escolares de sus hijos, recibiendo a distancia, en pleno juicio, los silentes mimos de Mirta. Antonio conmovido por hallar una flor en el patio de la cárcel y sacando poemas y pinturas en ese «hueco» que a la mayoría inspira rendición.

Y Ramón rodeado, como José Martí con sus hermanas, de una nube de mariposas —sus tres hijas y Elizabeth— que prometen «encerrarlo» en casa cuando vuelva a descansar ese cuerpo, como el martiano, en cárcel lastimado.

Y Fernando, novio ausente en su propia boda con Rosa Aurora, memorioso para las cosas de su barrio, «cubano» en la pelota, no en el baile, pensador elevado, en cambio no tan bueno en hacer cosas con las manos. Fernando, por cuya causa Magali estableció en su mesa una moratoria de yuca con mojo hasta que el hijo regresara a su puesto en la casa.

Y René, con nervios suficientes para robar un avión e ir a un sitio hostil a cuidarnos el cielo, pero con pecho vulnerable para llorar cuando Olga —que no sabía lo que aún no podía saber— pensó ponerle punto a su romance. René, que inventó para ella, al verla vestida de rea, el piropo más anaranjado dicho por un cubano.

Y Gerardo, el hombre que pidió a los cuatro, en vano, que le cargaran a él, ante el verdugo, toda «la culpa» de ser vigía de Cuba. Gerardo, buscando en el humor la pócima que le ayude a vencer dos muertes y otra pena para al fin reunirse con Adriana, la muchacha que ha anhelado un hijo suyo y a menudo sueña su compañía en el Café Cantante de La Habana.

Grandes como los Cinco, en el libro y en la vida, son las familias, cubanísimas proles que se negaron, por ellos, el derecho a la queja. Muchas mujeres cercanas conducen esta lucha y, para hacerlo, parecen repetir a cada rato aquel «¡No aguanto lágrimas!» de todos conocido.

Retrato de una ausencia resume con certezas la cadena de afectos completada cuando en junio del 2001 el pueblo cubano se lanzó por ellos: la familia sostiene a los Cinco, Cuba respalda a las familias, parte del mundo acompaña a esta Isla, lo cual nos hace, entonces, sus hermanos.

El libro presenta pasajes de uno de los capítulos de solidaridad mayores —y está claro que aún no basta para rescatarlos— que haya concitado la causa cubana en cualquier época, mas también se sumerge en el infierno, porque da claves de cómo funciona la contrarrevolución en la Florida, recrea, con los arrestos, la irrupción siempre atroz del odio en un hogar de paz y desnuda las leyes de barro del sistema judicial estadounidense.

Como los luchadores en sus alegatos, los dos autores ridiculizan con cada prueba y evidencia a una fiscalía que, vendida ella misma, no hizo más que comprar, contra los Cinco, a quienes tienen precio.

¿Qué es, entonces, Retrato de una ausencia? Un libro de la historia de Cuba —un capítulo, al menos—, que se adelanta, con otros, a la gran recogida que los volúmenes del mañana harán sobre el caso, pero que lo presenta ahora con la objetividad de los reporteros y el tono de los poetas. Los más audaces podrán decir que es también un libro de dermatología, porque pocas veces se puede tocar, en unas páginas, la piel de los héroes desde la dermis misma de quienes los describen. Este es un libro impreso en piel, a no dudarlo.

Periodistas ellos, Nyliam Vázquez García y Oliver Zamora Oria apelan a recursos infalibles de esta rama, como la condensación de la idea, el lenguaje directo —porque ni la hondura ni la belleza se cobijan jamás en el rebuscamiento—, el empleo de disímiles fuentes que revelan los humanos dilemas de los héroes: ir o no ir, pelear o replegarse, cambiar alma por libertad mezquina o mantener la firmeza… A estas alturas, son más que conocidas sus respuestas.

Balanceado en texto, en fuentes, en imágenes, ilustrado con hermosísimas creaciones del artista Ernesto Rancaño, Retrato de una ausencia tiene el cuidado de no cargar la historia al lado más amargo. Constantes chispazos de orgullo y humor ilustran un coraje, pocas veces poseído y por ello más valioso, que permite enfrentar sin quiebres la injusticia.

El texto, marcado por la técnica del reportaje, no es para nada imparcial. Su saldo objetivo no excluye el acercamiento subjetivo, más bien invita a tomar posición activa en el caso, pero lo hace a partir de un cuidadoso trabajo de sensibilidad.

Si diéramos volumen a sus 335 páginas, comprobaríamos que ni siquiera en nombre de la razón se escucha un grito. Estos hombres que —como Martí, de nuevo— no se permiten odiar ni en las prisiones, merecen diariamente millones de alegatos comunes y espontáneos que los saquen a todos al limpio sol de Cuba Libre para que su Retrato, al fin, se inunde de presencias.

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