Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El hombre, la arcilla y el tiempo nuevo

Autor:

Osviel Castro Medel

Han goteado 50 años y da la impresión de que aquellas letras respiran todavía; es como si nos invitaran a pensar y, sobre todo, a hacer. Letras que conservan vida, vigencia, vigor.

Lástima que en ocasiones no las repasemos ni las estudiemos con todo el detenimiento necesario. Lástima que algunos en este país aún las desconozcan.

Me estoy refiriendo a El Socialismo y el hombre en Cuba, ejemplar epístola-ensayo, que redactó el Che Guevara a Carlos Quijano y que fuera divulgada el 12 de marzo de 1965 en el semanario Marcha, de Uruguay.

La alusión a esos magistrales apuntes no solo viene porque hace unos meses se hayan cumplido cinco décadas de su publicación; sino, también, porque la nación tiene en su horizonte cercano un congreso trascendental para sus jóvenes y su destino, y tales conceptos del Guerrillero Heroico parecen escritos para la ocasión.

Hay en esos párrafos un análisis clarísimo sobre el papel del Estado y de las instituciones en la nueva sociedad, el valor del arte y la cultura en la formación de los individuos, la responsabilidad de los dirigentes en el socialismo; enseñanzas, instrucciones, visiones, tesis y juicios enlazados con el sueño —todavía inconcluso— de una sociedad superior, cuyo pedestal fundamental es «el hombre nuevo», expresión malentendida por algunos o convertida en cliché por otros.

«Si algo requiere Cuba, en esta era compleja y cargada de desafíos, para ver florecer al hombre nuevo es que sus hijos más verdes interioricen los valores incomparables de esa nueva sociedad sin almidón, sin cartones y sin ataduras de la que habló el Che», exponía hace cinco años un comentario aparecido en estas páginas (La arcilla maleable), que versaba precisamente sobre la actualidad de El Socialismo y el hombre en Cuba.

Hoy pudiera suscribirse lo mismo. No resultó casual que el comandante Guevara nos subrayara que en la complicada y larga tarea de edificar el socialismo —no exenta de errores y tropiezos— es vital la juventud.

Y no por gusto apuntó que este segmento tiene colosal importancia «por ser la arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores». Lógicamente, el almanaque ha caminado y esta juventud tiene enfrente más peligros y lugares sitiados que aquella que nos dibujó el Che.

Parecía utópico en aquellos años, a poco de la invasión por Bahía de Cochinos y de la implementación del bloqueo más largo de la historia, que un día los Gobiernos de Cuba y Estados Unidos podrían establecer relaciones diplomáticas y se sentaran a debatir sobre diversos asuntos que conciernen a ambos países.

Tampoco podía pensarse en Internet, en videojuegos, telefonía celular a gran escala, programas de televisión enlatados, dispositivos flash y muchos otros aditamentos necesarios en la vida moderna, pero con obvios efectos en el actuar y el pensamiento de las personas, sobre todo de las más jóvenes. En una oración: el riesgo de las influencias, aunque grande, parecía menor.

Justamente por esas complejidades cabe preguntarse de qué manera podrán los pinos nuevos comprender el socialismo... si desconocen o esquivan los sustentos de la obra guevariana, o si los miran como a un grupo de caracteres lejanos. ¿Cómo lograrán  concretar esos ensueños de una sociedad mejor si unos cuantos no se sienten como los hombres nuevos que transformarán la nación en el siglo XXI?

En esa encrucijada habita un desafío inmenso. Y no es que ahora salgamos a propagar la obra a diestra y siniestra (aunque serían útiles nuevas ediciones), o a intentar una memorización fútil.

Lo cierto es que el fondo del problema yace en una profundidad mayor que en el conocimiento o desconocimiento de un ensayo sublime. La verdadera esencia está en que veamos la nueva sociedad como una estrella cercana y le señalemos con honestidad las torceduras e imperfecciones; que comprendamos que ese hombre nuevo no se forja en una fábrica de moldes; tiene sentimientos, sensaciones, miedos y esperanzas, y siempre se encontrará supeditado a coyunturas. Que crezcamos en nuestra capacidad para pensar. Que bisoños y viejos vayamos codo con codo, sin complejos, a levantar el nuevo edificio social; que esa arcilla no se nos derrita entre las manos, y pueda convertirse en motor de los cambios y de un tiempo nuevo, mejor.

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