Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Castaño y el raro encanto de los pueblos «sin encanto»

Autor:

Yosley Carrero

En la carretera entre Ranchuelo y la Esperanza, a poco más de 250 km de La Habana, está Castaño, una comunidad de unos quinientos y tantos habitantes. No aparece en los mapas regionales, y permanece virgen ante las cámaras de televisión y las redes sociales. Esta es tierra de sembradores de ajo y cebolla, de cultivadores de caña de azúcar y pescadores de tilapia, de gente que en las tardes ahogan su alegría con un buen trago de aguardiente...

Aquí todavía puedes encontrarte un aguacate al precio de dos pesos, y por poco menos que «gracias» alguien te regala una cabeza de ajo para que termines la comida. Difícilmente este lugar vaya a ser incluido en los sitios patrimoniales de la nación. Ni siquiera ha tenido lugar (que se sepa) alguna gesta memorable de la historia local. Sin embargo, la gente vive la epopeya del día a día. Pocas cosas son privadas en Castaño. Como todo barrio pequeño el suceso más nimio se convierte en noticia, marcada por el ritmo del boca a boca. La hija de Fulano ha terminado con el hijo de Esperancejo, María se ha mudado para el pueblo, un sobrino de Felo está trabajando en una nueva empresa, Pipe llegó ayer «de afuera». Tiene Castaño varios sitios para el encuentro: El Círculo Social, la Tienda del Pueblo. Aunque ninguno es tan popular como La Parada y su mata de almendras: el lugar donde concurre la gente que va a salir. Siempre está llena La Parada de Castaño, entre los que esperan por una guagua o una «botella» cualquiera y quienes asisten allí a conversar, a enterarse de lo último acontecido o discutir sobre los temas más trascendentales. Ya no quedan en Castaño tantos personajes como 20 años atrás. Ya no está Benito Cotea o El Gato Machado. Quizá Felipe «El Panchurro» sea el último ser andante de Castaño. O quizá no. Tienen que haber nacido los sustitutos, pero no los conozco. No hay postales de Castaño, ni siquiera el lugar está incluido en los catálogos turísticos de los visitantes que van a conocer la ciudad del Che. Por aquí tampoco pasan los viajeros que trasnochan en el servicentro del Kilómetro 259, camino al centro y oriente del país. Puede tener Castaño la ingenuidad de las pequeñas aldeas, destinadas a veces al olvido y los años de soledad. Castaño no es el mundo, pero allí hay gente que se lo cree. Le falta a Castaño, afortunadamente, el artificio de las grandes ciudades, el pose de la pasarela y los aires de esnobismo que suelen marcar a los grandes centros urbanos. No hay muchos jóvenes en Castaño, muchos se van a probar suerte a otros lares. Y los hijos de los campesinos no siempre quieren trabajar la tierra. Castaño es una isla dentro de una isla, situado en las mismas narices de la línea del ferrocarril Santa Clara–Cienfuegos y a dos kilómetros apenas de la Autopista Nacional. Hasta hace poco en Castaño los hombres «se llevaban a las mujeres». No hablo de secuestro, sino todo lo contrario. De común acuerdo la pareja decidía unirse en matrimonio sin el consentimiento de los padres de la dama, y para ello la prueba era «dormir» fuera de casa. Todavía se «toca fotuto» en Castaño. Si Usted decide regresar con su mujer tras un altercado, en horas de la noche un grupo de alborotadores del barrio podrá irle a sonar bocinas improvisadas frente a la puerta de su casa. La fiesta durará hasta que Usted decida sacar una botella de ron y brindar con los vecinos. Sí, porque en Castaño todo el mundo es vecino. Todo el mundo es, incluso, familia. Hay espacio para casi todo en estos pequeños «campitos» con dos teléfonos comunitarios públicos, que sirven como puente de comunicación para quien recibe llamadas de cualquier parte. Si Usted quiere tener una conversación medianamente discreta en Castaño, debe comprarse un celular. Todo sigue igual en Castaño, y todo a la vez cambia. El tedio y el entretenimiento. La soledad y la compañía. Lo humano y lo divino. Hay espacio para todo en Castaño: un sitio que a veces duele y a veces cura. Por el lugar donde se nace y se crece comienza la patria. Habrá que volver siempre a Castaño, un Macondo posible, un destino marcado por el singular encanto de los pueblos «sin encanto».

* Periodista del Sistema Informativo de la Televisión Cubana

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