Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lo que nos salva

Autor:

Susana Gómes Bugallo

Aunque si comparamos inscripciones de nacimiento somos casi los mayorcitos dentro de los periódicos que circulan hoy en Cuba (solo salvados por la diferencia de días que nos separan de la fundación del diario Granma), a nadie le quedan dudas de que Juventud Rebelde es el periódico más joven, aun cuando esté soplando hoy sus 50 primeras velitas. Su carácter de eterno joven revolucionario está probado.

Por más que la polémica se vuelva esquiva en ocasiones, por más que las historias corren y hay que ponerse las pilas para poderlas alcanzar, por más que a veces preocupa lo que se publica y lo que no, JR tiene algo (o mucho) especial. Un swing único e irrepetible que se ha convertido en leyenda. Y sobre la mística de esa leyenda se levanta día tras día, edición tras edición, palabra tras palabra.

Las páginas de todos estos años de historias y mitos han marcado verdaderos hitos de periodismo legendario. Plumas de las más amadas anduvieron por aquí, y algunas aún andan haciendo de las suyas. Esas huellas han ido conformando la identidad «juventurebéldica». Quizá sea el combustible de esa arrancada, de ese primer medio siglo, el que sigue moviendo sentires. E intuyo que cuanto se ha vivido, escrito y soñado, no ha sido sino el principio de cuanto llegará, de cuanto se conquistará, de cuanto se publicará…

Porque una suerte de alma misteriosa se encarga de que las ganas se mantengan ardiendo, de que las ideas se vuelvan letras y párrafos colmados del más hondo sentir. Esa misma alma indescriptible, pero efectiva, incapturable pero imprescindible, indescifrable pero esencial, va tirando del resto de las almas periodísticas y bautiza el hacer de Juventud Rebelde con la magia única de las noches inacabables, con la bulliciosa redacción en la que se cocinan todo tipo de ideas, con los chistes y los juegos, y el cariño y la hermandad, con el verdadero espíritu de la creación y la inconformidad apasionada.

Esa alma convierte a Juventud Rebelde en adicción, en una de las más disfrutables, de las que empiezan por el paladar del primer sorbo adolescente y luego se truecan en el ritual más exquisito y necesario, se adueñan de cada minuto y son responsables de los desvelos más deliciosos y los dolores de cabeza que enseñan el camino de la felicidad real, la que se consigue    después del título más esquivo, la oración más difícil o la investigación que parece inacabable.

Esa alma incomprensible va halando  nuestros destinos y terminamos completamente adictos de lo imposible, obsesionados con la irracional certeza de que todo se puede, de que si tal vez hoy no, mañana seguro que sí. Y así también le llega el día tras día a quien se acabó de graduar y anda soñando con cambiar el mundo cuando, para colmo de bienes, se encuentra con aquellos que han andado y desandado casi todos los estados de ánimo posibles y no dejan de perderse o encontrarse en sus locuras más cuerdas. Y si ellos no se han «desintoxicado» con el paso de los años de la tremenda manía de soñar, ¿a quién de los más nuevos se le va a ocurrir semejante herejía?

Así, para suerte común, el alma misteriosa de Juventud Rebelde se contagia y multiplica. Y seguirá salvándonos por quién sabe cuánto tiempo más del peligro de dejar de soñar, del imperdonable error de no darlo todo por amor, pues nada con alma caduca, nada con alma se apaga.

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