Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Acampada en el Pan de Guajaibón

Autor:

Miguel Alfonso Sandelis

Que 111 excursionistas, la inmensa mayoría jóvenes, hayan pasado dos días con sus noches en la Sierra del Rosario, recorriendo 25 kilómetros de monte, acampando a la intemperie, compartiendo equitativamente cada alimento y esfuerzo, y conquistando el sueño de ascender la mayor elevación del occidente del país, es una muestra de las extraordinarias cualidades humanas de que es portadora la juventud cubana actual.

Estudiantes de la Universidad de La Habana, de la Cujae, jóvenes del Polo Científico de la capital y miembros de los grupos de excursionismo Camping Cuba y Mal Nombre se juntaron desde la noche del viernes 27 de noviembre hasta la del domingo 29, en pos de un sueño común: conquistar la cima del Pan de Guajaibón, en lo que sería la quinta acampada del Movimiento Cubano de Excursionismo.

La salida en la noche del día 27 desde calle 100 y Autopista a Pinar del Río fue oportunamente demorada, para que pudieran incorporarse los estudiantes que participaron en la marcha estudiantil en homenaje a los ocho estudiantes de Medicina. El viaje de más de tres horas de duración y la acampada esa noche al pie de la Sierra, permitieron estrechar los primeros lazos de hermandad entre quienes no se conocían. Al amanecer, los estudiantes de Matemática aunaron esfuerzos con los de Economía y Comunicación, para desayunar toda la tropa.

Los primeros cinco kilómetros andados entre el fango y la espina fueron un buen preludio del esfuerzo por realizar. En el alto en la base del Pan nos presentamos todos, según la procedencia, y comentamos la historia acumulada en aquellos lares, la que habla del cruento combate de Cacarajícara en la Guerra del 95, de la acampada de Maceo en la cueva de la Lechuza, del ascenso del adolescente Fidel Castro al Pan de Guajaibón y de hechos ocurridos en la zona durante la lucha contra bandidos.

Terminado el encuentro, estudiantes de Geografía y de Biología se juntaron para preparar una merienda previa al ascenso. Después de alimentarnos, ya todo quedaba listo para la conquista, y echamos a andar.

Bien pronto, a los novatos en lides de montañas les resultó una sorpresa la inclinación de las laderas por las que surca el camino. Poco a poco la tropa se fue estirando en la subida, pero en cada grupito los había que daban la mano y el aliento para que los más cansados no desmayaran en su empeño. La retaguardia asistía también, oportuna, a quien lo necesitara.

Así se fue venciendo metro a metro de montaña, entre un exuberante bosque plagado del endémico macurije y de almácigos, entre otras tantas especies. Un tocororo por aquí, una cartacuba por allá, afianzaban la cubanía de aquellos impresionantes parajes.

Pasando el mediodía, la avanzada llegó a la cima. Hubo quien bajó a dar aliento a los que llegaban, hasta que por fin todos estuvimos arriba. La impresionante vista nos conmovió, tanto a novatos como a veteranos. La Sierra del Rosario estaba a nuestros pies. La pureza del aire, el intenso verde de las montañas, la meseta de Cajalvana al oeste, la línea costera al norte, el inmenso mar detrás, la cercanía humana, los lazos estrechados, todo junto, eran demasiadas razones para gastar el esfuerzo de pararnos en aquellos 699 metros de altura sobre el nivel del mar. Y allí, contemplándonos orgulloso, estaba Maceo en su busto erigido, confiando en que su brazo y su mente, a través de los jóvenes, siguen abriendo camino.

Luego de repartir en la cima un trozo de barra de maní por persona, vino el descenso, que concluyó al anochecer. Sucedió entonces la acampada a la intemperie, con los espaguetis elaborados por «Mal Nombre», la descarga nocturna a guitarra y el reconfortante sueño, para completar así una maravillosa jornada.

El día siguiente se inició con el desayuno preparado por la Cujae y por los científicos. Seguidamente emprendimos una larga caminata, que nos propició el breve homenaje a unos jóvenes revolucionarios asesinados solo tres días antes del triunfo de la Revolución, y tuvimos el sorpresivo regocijo de hallar una espléndida poceta junto a una cueva, para darnos un necesitado baño. Los cinco kilómetros de vuelta hasta donde nos esperaba el transporte, la merienda final preparada por Camping Cuba y el regreso a La Habana, completaron la excursión.

Pero el grupo que partió desde La Habana no fue el mismo del retorno. Tras confabularse en solo un fin de semana la voluntad, el esfuerzo, la amistad, la naturaleza, la historia y el más genuino espíritu colectivo, 111 excursionistas regresaron a sus casas pensando ya en la próxima aventura que los llevará —amistad en mano— a adentrarse en un monte y sentir en lo más profundo las raíces genuinas de nuestra cubanía.

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