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¿La tzanza del Zika?

Autor:

Julio César Hernández Perera

Desde tiempos atávicos las tribus amazónicas shuar pueblan las selvas de Ecuador y el Perú. Entre ellas, una práctica pretérita y salvaje las distinguió hace muchos años: reducir las cabezas de sus enemigos capturados.

La costumbre es conocida como tzanza. Entre las interpretaciones dadas por los shuar a dicho ritual está conferir valor a una cabeza reducida para intimidar a los rivales y para ostentar trofeos de guerra.

Cuando en el siglo XXI la reducción de cabezas era considerada como una práctica relegada al olvido, surgió una amenaza planetaria que simula al ancestral ritual y que tiene que ver con el aumento del riesgo de microcefalia en los recién nacidos: el virus del Zika.

El germen ocupa titulares en los medios de comunicación y atrae la atención del mundo médico. La asociación entre la enfermedad del Zika y la microcefalia se ha acrecentado durante el último brote en las Américas —un total de ocho regiones la han reportado—; y su riesgo no había sido cuantificado hasta el presente.

La historia tiene sus inicios en 2015, cuando las autoridades de Brasil reseñaron que el número de bebés con microcefalia se incrementó en cerca de 20 veces, cifra comparada con años previos. Al mismo tiempo en ese gigante sudamericano se informaba un alto número de reportados con fiebre vírica del Zika: más de 9 400 casos de microcefalia asociados a la infección.

Se ha llegado a demostrar que la infección puede atravesar la barrera placentaria y alcanzar el líquido amniótico durante el embarazo; puede descubrirse, asimismo, en la saliva, la orina y la leche materna.

En una investigación liderada por científicos del prestigioso Instituto Pasteur, de Francia, y publicada en marzo del presente año en la revista médica The Lancet, se estudió la aludida asociación durante el brote epidémico acaecido entre octubre de 2013 y abril de 2014 en la Polinesia Francesa. Se concluyó que el peligro de microcefalia es de aproximadamente uno por cada cien mujeres infectadas con el virus durante el primer trimestre del embarazo.

Aunque se considerara como un riesgo relativamente bajo si se equipara con los daños provocados por otras infecciones maternales, el flagelo no deja de ser valorado como un problema importante de salud pública. Se debe tener en cuenta que la infección ha sido en la actualidad particularmente alta en muchas regiones de América.

Todos estos elementos han llevado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a declarar como una emergencia de salud pública internacional la supuesta asociación entre el virus del Zika y la microcefalia.

Esta es un trastorno neurológico caracterizado por el nacimiento de niños con el tamaño de sus cabezas anormalmente pequeñas. Los niños que nacen con esta afección se reconocen por tener un volumen cerebral pequeño capaz de afectar el intelecto, el habla y la conducta.

La dolencia puede estar asociada a otros factores como los genéticos y los ambientales. Dentro de estos últimos se hallan otras infecciones virales prenatales —como la rubeola y el virus del sida—, el consumo de alcohol y drogas ilícitas durante el embarazo, la desnutrición materna y la hipertensión arterial, entre otras condicionantes.

No hay aún una vacuna disponible para tratar el virus del Zika —se trabaja en el desarrollo de cerca de seis vacunas en el mundo—, por lo que el combate para arrinconar esta amenaza requiere mucho esfuerzo intersectorial y conciencia de la población. Por el momento la estrategia sigue siendo la lucha contra el agente transmisor y no dejar que el mosquito vuele y pique a sus víctimas.

Con la vigilancia epidemiológica y una cultura en la cual la defensa de la vida ocupe el primer plano, evitaremos que el virus ostente como trofeo, con su carga fatídica e intimidante, una especie de tzanza que puede tener como víctimas recurrentes a las partes más valiosas de la sociedad: nuestros hijos.

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