Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Despertar en Sopimpa

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

El licenciado en Imagenología Luis Ramírez León viaja más de 150 kilómetros cada día. Cuando aún yo no me he despertado —y tal vez usted tampoco— ya él está llegando al consultorio 33 en la comunidad de Sopimpa, en una zona montañosa ubicada casi a 20 kilómetros del municipio espirituano de Fomento.

¿Dónde empieza su viaje? En la ciudad de Sancti Spíritus. Con buena suerte y gracias a la bondad de algunos choferes que le ofrecen un adelanto hasta Fomento, puede tomar a las 6 y 20 de la mañana el trencito, más conocido como Cascal, con destino a esa localidad rural. Si no, deberá llegar en lo que aparezca, pero lo que no puede suceder es que en su consultorio, uno de los 11 adscritos al Plan Turquino en ese municipio, alguien requiera el servicio de radiología y su ausencia impida ofrecérselo.

En algunas comunidades del país, como sucede en Sopimpa, el consultorio está enclavado en un inmueble que antes fuera un hospital rural, y por ello, además de trabajar la doctora Nelia García y la enfermera Zenia Donate, se aprovecha el espacio para brindar otros servicios de la atención primaria de salud en lo que se denomina hoy un consultorio con servicios extendidos.

Loable iniciativa, adscrita al Programa del Médico de la Familia creado por el Comandante Fidel, pues no es necesario entonces viajar hasta Fomento si se le indica a alguien en el consultorio la realización de un análisis de sangre, pues para ello está allí la laboratorista Milaysi Rodríguez. Tampoco deben trasladarse hasta allá quienes requieran asistencia dental si tienen tan cerca a la estomatóloga Roxana Mollineda y a su asistente Bárbara Acosta. En caso de que algún paciente con determinadas afecciones amerite hospitalización, puede permanecer en el área destinada para ello bajo el cuidado de la doctora Yeny Ibarra y la enfermera Iraida Rodríguez.

Visitar la comunidad, el consultorio y la farmacia —en la que se expenden medicamentos del cuadro básico y también productos de la medicina natural y tradicional— me permitió constatar que se garantizan los recursos indispensables para brindar una atención médica de calidad a pesar de las dificultades del transporte para acceder al poblado intrincado.

Y cuando menciono el transporte, ya no solo me refiero a la única ambulancia que en Fomento está destinada para acudir ante una emergencia, sino aquel que deben tomar los residentes en Sopimpa para su vida cotidiana y aquellos de los que debe servirse el joven radiólogo, por ejemplo, para llegar a su trabajo y regresar en la tarde a su casa.

Pensé entonces en no pocos que, viviendo tan cerca de su centro laboral, llegan tarde o se ausentan. Para ellos una simple llovizna es un «torrencial aguacero», las pocas ganas de levantarse de la cama se convierten en «catarro del malo» y la desmotivación para cumplir con sus tareas se disfraza bajo cualquier excusa.

Por suerte, Luis no se amilana y disfruta cada día de su trabajo en una comunidad que tiene cero mortalidad infantil y materna y bajos índices de enfermedades crónicas no transmisibles, debido al empeño del personal de salud que allí labora. Sus dos años de misión en Venezuela lo alejaron de los habitantes de Sopimpa, pero volvió al consultorio 33, al que llega todas las mañanas cuando ni usted ni yo, probablemente, nos hayamos despertado.

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