Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Para qué hace falta Martí?

Autor:

Susana Gómes Bugallo

«¿Para qué hace falta Martí?», me dice un amigo adorado, a quien cada día soporto cuestionándome el alma con esa autoridad a prueba de enojos, que solo posee quien nos quiere bien.

Insiste en la pregunta él, que sabe amar y desvelarse como nadie, que ha obsequiado sus únicos zapatos de rosa a la niña que más los precisa y ha sabido conquistar su inmensa felicidad mientras hace el bien a cualquiera, sin salir a gritárselo al mundo, como susurró el Apóstol; pero alardea de un espíritu tan libre que no soportaría citas textuales de última hora para andar poniéndole apellido a todo lo que se mueve en su día a día.

Y yo le escribo estas justificaciones de última hora, urgidas con el ansia de quien quiere mostrarle a otro los recovecos insospechados de un camino que recorre hace tiempo.

Martí hace falta para amar, amigo, porque es la excusa de la vida, explicó Pepe, quien también dijo un día que la delicia del amor es esa tranquilidad descuidada que a ti te sobra mientras quieres. Y sentenció que ese sentimiento no se contenta con los sacrificios hechos, sino que pide uno nuevo a la vez. ¿Te suena eso de tu rutina de esfuerzos? «No es amor ese zumbido estúpido con que revolotean tantos necios alrededor de las mujeres» (lo escribió él y parece dicho por ti la otra noche). Pero, si te calma un poco, entérate también de que pensaba como tú en «amar con explosiones, no con palabras», y creía que el amor debía ser moda. ¿Estás al día con mi Pepe? Poco hace en el mundo quien no se siente amado, dice otra vez. Tienes ahí el secreto de tus mañanas. «Parece imposible que dos cuerpos puedan pesar menos que uno; desde que mezclé su sangre con mi sangre, la mía es más ligera, y desde que me la eché sobre los hombros, ando más aprisa». ¿Muy tuyo, verdad?

Pienso que lo necesitamos para ser libres de someternos ante cada no tentador. «La libertad no muere jamás de las heridas que recibe. El puñal que la hiere lleva a sus venas nueva sangre», suelta con irreverencia juvenil quien sabía que este preciado bien costaba muy caro y era necesario «o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio». Esto leo mientras me deleito con tus bolsillos llenos de sacrificios y tu billetera ausente de cualquier simpleza. Ojeo y recuerdo nuestras charlas con lejanas amistades y caigo otra vez en Martí, y en que «la libertad espléndida es mentira, si se goza en el extranjero suelo».

Si quieres oír a mi Apóstol hablar de algo que te obsesiona —casi lejos de cualquier ideología, casi aterrizado en tus despertares— helo aquí: «El café tiene un misterioso comercio con el alma; dispone los miembros a la batalla y a la carrera; limpia de humanidades el espíritu; aguza y adereza las potencias; ilumina las profundidades interiores, y las envía en fogosos y preciosos conceptos a los labios. Dispone el alma a la recepción de misteriosos visitantes, y a tanta audacia, grandeza y maravilla».

A ti, que eres noctámbulo empedernido, «el verdadero día para mi alma amanece en medio de la noche», confiesa ese Héroe Nacional que crees tan lejos y que, como tú, goza con los aplausos de su conciencia. Ese que volcó su nacimiento en Cuba, como defiendes. «Yo veo los caminos por que viene nuestro pueblo, y quisiera salirle al paso, para acortarle la jornada, y no ir contra ellos. Si vamos por donde quiere ir nuestro pueblo, vencemos; si no, no». Ese que amó a su esposa, como lo haces tú: «La ventura, para venir a mí, tiene ruedas de piedra: —solo cuando Carmen me la ha traído, ha tenido alas». ¿No sientes igual por tu Carmen?

Y si aún no entendieras, está su idea más universal: la del bien. ¿Puedes resistirte a esa que «flota sobre todo, y no naufraga jamás»?. «El que nos ha hecho un bien es nuestro dueño», estampa. Por eso te debo este rosario de pensamientos. No puedes quedarte sin saber para qué hace falta el más imprescindible de todos los nobles altares.

Ya sé que es demasiado para ti. Que Pepe no pudo haber escrito de todo. Pero como sintió por todo, por casi todo anduvo. Entonces, ¿para qué hace falta Martí? Para vivir, te respondo. Lo cites o no, lo leas o no, lo conozcas o no, siempre estará ahí para rociarte el alma con su espíritu universal y su fórmula infalible de existencia. «El buen vivir y el ligero pensar son cosa grata y cómoda; pero no bastan a espantar los problemas de los tiempos».

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