Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los regalos de Luna

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Cuando me regalaron a Luna pensé en ponerle Eva, un nombre corto y simpático, pero a mi nuerita no le hizo gracia tener una tocaya perruna y la bautizó como el personaje de Isabel Allende. Mi cachorrita albina aceptó el nombre y adoptó la satelital costumbre de acurrucarse a los pies de mi cama a prima noche para luego trasladarse, imperceptible, hasta ver clarear el día en el filo de mi almohada.

Si alguien me hubiera dicho que una mañana abriría los ojos y ella no estaría ahí, le hubiera mandado a curarse los malos augurios tomando más miel y menos vinagre. Pero me la robaron a mediados de septiembre en un descuido y para aliviar mi alma o estremecer la de sus captores escribí una crónica, que por pura ironía salió publicada el día de mi cumpleaños.

Nunca imaginé que aquellas amargas letras me abrirían tantos hogares a lo largo del país y fuera de fronteras. Todavía me llegan correos solidarios, por esa magia atemporal de algunos medios de prensa, y cada mensaje es un aldabonazo al corazón.

De tanto reír nostálgica o llorar conmovida me sentí más orgullosa de mi especie, que da seres capaces de estremecerse ante el dolor ajeno y en medio de sus propios sinsabores pedir por mi felicidad, no solo en sus oraciones personales, sino acudiendo incluso a la fe generosa de sus amistades.

A falta de espacio, cuento dos anécdotas: La primera es del habanero Luis, a quien una señora mayor interpeló en la calle para saber nombre y edad de su perrita, y luego le preguntó si había leído el Juventud Rebelde y él salió a buscarlo para compartir mi pérdida con su sensible esposa.

La segunda es de Mo, una chilena que leyó la crónica en su país dos meses después: había comprado una artesanía en Cuba y se la dieron envuelta en ese periódico. Enseguida decidió escribir para consolarme con su tierna amistad.

Recibí muchas propuestas prácticas, aunque algunas no pude materializarlas: Me resistí a la tentación de recibir otros cachorros y no quise llenar de carteles la ciudad porque me parecía incoherente cuando siempre me quejo del exceso de papeles en que malgastamos nuestros árboles.

También me abstuve de ofrecer recompensa porque una muchacha me contó del rescate pagado por su vecina a los ladrones de su gato y cómo al día siguiente le robaron un perrito a otra señora, que no tenía dinero ni se atrevía a denunciarlos.

Sí establecí contacto con la sociedad protectora de animales de la ciudad, PAC, cuya red altruista difunde datos sobre mascotas perdidas y se esmera en buscar hogares transitorios o permanentes a criaturas abandonadas o en peligro, además de impulsar campañas de esterilización y desparasitación, pero sobre todo de sensibilidad y respeto por la vida.

Pero lo mejor no lo he dicho aún, y me perdonan el suspense: Tras dos meses y cinco días de tristeza, recuperé a mi Luna. ¿Qué dónde estaba? ¡Al doblar de mi casa! En su defensa dijeron que la habían comprado en Guanabacoa… y yo elegí creerme aquello de que el mundo es un minúsculo pañuelo.

El caso es que el «dueño» andaba paseándola por el barrio con total impunidad y ni siquiera tuve que llamarla para que corriera a mis brazos. Él intentó negar el delito cometido (robo o receptación, qué más da: ambos se condenan con multas altísimas), hasta que entendió que por recuperar a mi mascota yo estaba dispuesta a seguirlo hasta el fin de los tiempos (o a la policía) y fue derechito para su casa, a menos de 300 metros de la mía, a colegiar el asunto con su esposa.

Ella, con lágrimas en los ojos, me contó que le habían robado una perra casi a punto de parir y recalcó lo bien que habían tratado a mi animalito. No sé si por piedad o por el anhelo de terminar aquel trance, en lugar de cumplir mi amenaza de denunciarlos prometí regalarles un cachorro algún día.

Ahora en el mapa de viajes de mi mascota hay un montón de destinos nuevos, pues con mucho gusto iremos ambas a devolver el cariño de tantos seres que alimentaron mi esperanza. Gracias a sus historias tengo un montón de nombres simpáticos para cuando las tres chuchas de casa me hagan abuela: Zizy, Tito, Peluchete, Lizy, Pachy, Ginno, Rubí, Shaky, Reina, Lily, Kiara y hasta Venus, pues nadie va a ofenderse si me adjudico un astro más en el celestial universo del amor canino.

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