Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

No tengo fotos de Miguelito

Autor:

Yoel Almaguer de Armas

Hay un pasillo grande y en el centro muchos globos amarillos, verdes y azules. Hay frío y limpieza en aquel pasillo y varios especialistas conversan.

En un rincón especial hay muchas fotos de niños. Son fotos viejas y recientes en colores, en las que todos ríen. Los niños fotografiados ya crecieron: unos tienen familias, otros todavía son niños, y otros no pudieron resistir.

Son muchas fotos pegadas en una pared de la sala de oncopediatría del Hospital William Soler.

«No tengo fotos de Miguelito», me dice la doctora Caridad.

La doctora adoraba a Miguelito y él también la adoraba a ella. Algunas veces Caridad le hacía los potajes de frijoles que Miguelito le pedía. A ella le gustaba complacerlo mientras estaba hospitalizado. «Era un niño cariñoso...».

Miguelito tenía 15 años cuando ingresó en el hospital. Vino con una lesión en una pierna, un tumor maligno, un sarcoma de Ewing que le afectaba la médula totalmente, se expandía a otros órganos y, además, tenía mucha anemia.

Llegó con la enfermedad muy avanzada, pero lucharon con él casi dos años. Cuando la enfermedad se hizo más inclemente, Miguelito no podía subir las escaleras de su edificio en Boyeros, y el Estado cubano le entregó a la familia una casa en bajos, pero él no tuvo tiempo para disfrutarla, porque en los últimos meses se complicó demasiado.

Un día quiso cantar con Alexander Abreu, el de Habana D’Primera, y juntos tocaron trompeta. Miguelito conocía ese instrumento porque lo estudiaba en la escuela de música. Aquel fue un día de abril, un mes que marcó el final, una etapa triste para la doctora, su equipo de trabajo, para la mamá y el papá de Miguelito.

La doctora Caridad todavía lo recuerda, porque en 30 años de trabajo ha visto mucho y ha tenido que seguir, pero ese niño le dejó mucho cariño y el deseo de hacer más por él, como por todos los pequeños que atiende, que terminan por acurrucárseles en el alma.

Dice la doctora Caridad que lo más duro para ella es ver la muerte de un niño, que ella sufre cuando tiene que decirle a un padre que no hay solución, y que lo único posible es extenderle la vida unos meses, para que ellos, mamá y papá, se preparen para un final que no entienden, que nunca entenderán.

Cuenta Caridad que Miguelito era el único hijo de un matrimonio maravilloso. La mamá todavía llama por teléfono a la doctora y siempre le agradece: cuelgan, piensan, recuerdan.

La doctora Caridad avanza por el pasillo grande de su sala. Habla de otros niños, y mira hacia el rincón donde están las fotos de los pequeños que ha atendido en aquel pasillo grande: «No tengo fotos de Miguelito», repite. Y suspira…

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