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Suleiman y la esencia de la Isla

Autor:

María Carla O`connor Barrios

Suleiman cumple 61 años en junio y ha decidido que es hora de realizar uno de sus mayores sueños: visitar a Cuba. Una vez en el avión, recuerda los años adolescentes junto a su amigo Cengiz, en su natal Turquía, y cómo imaginaban conocer algún día aquella tierra irredenta que del otro lado del océano, desafiando leyes, pronósticos y constantes amenazas, había emprendido el camino hacia el socialismo.

Desde entonces han pasado más de 40 años. Suleiman tiene un Doctorado en Ingeniería Química, es un padre de familia y vive en Estados Unidos. Además, no está ajeno a las noticias ni a las historias de viajeros sobre la Isla caribeña que —según lo que muchos cuentan—, tras la desaparición del campo socialista y la Unión Soviética, se ha negado a aceptar e implementar las fórmulas económicas y políticas que respaldan la «democracia» y los «derechos humanos» de su sociedad civil.

Es por ello que la esencia misma de su visita ha cambiado. Ahora Suleiman llega a La Habana con el objetivo de descubrir cómo se sobrevive en un país que supuestamente le ha dado la espalda al curso natural de la historia de la humanidad. «¿Cómo es posible que se empeñen en ser diferentes?», se pregunta.

Como científico sabe que los fenómenos deben ser estudiados en contexto; por tanto, junto a su esposa, decide hospedarse en una casa particular. Allí dos hermanas, contemporáneas con él, les acogen cálidamente en el negocio familiar, y tras la confesión de ellas sobre su pasión por las telenovelas turcas (tan populares por estos días debido al Paquete Semanal) se crea un ambiente cordial en el que Suleiman no pierde la oportunidad de saber, a través de fuentes directas (como se dice en Periodismo), sobre la realidad cubana.

Con mochila, gorra, pomo de agua y mapa en mano, sale a la conquista de la ciudad como su tocayo, el emperador otomano. Visita Finca Vigía y descubre porqué el universal Hemingway decidió pasar sus últimos años allí. Va al Morro y La Cabaña. Se para a los pies del Cristo. Cruza el túnel de la bahía. Anda y desanda La Habana Vieja. Colores, música, ruidos, ruinas, museos, estatuas, turistas... Del otro lado de la ciudad, en un barrio de la periferia, recorre el proyecto comunitario Kcho Studio Romerillo, donde todas las facilidades y servicios culturales y tecnológicos que se brindan son gratis.

Después emprende el viaje por la costa sur de Matanzas. Pasa por Playa Girón, donde sabe que en 1961 los cubanos no fueron solo a defender el territorio nacional, sino el socialismo recién nacido. Llega a Cienfuegos; se enamora de su Malecón. Pasea por Trinidad y conversa con su gente; se toma un mojito. Respira.

Por fin en Camagüey toma el avión de vuelta a casa. Su celular le indica que vuelve a entrar en red. Las notificaciones y mensajes de amigos y demás familiares en las redes sociales indican que esperan ansiosos sus impresiones sobre la Mayor de las Antillas. En el taxi, toma su tablet, se acomoda las gafas y escribe en su muro de Facebook:

«Hablando de falta de recursos: la gente sonríe, baila y es amable. No hay discriminación entre razas. El perfil del crimen es muy bajo o casi nulo. Comparten lo que tienen. Los jóvenes respetan a sus mayores y los ayudan hasta en público. Reciclan e inventan cosas con materiales que nosotros tiraríamos a la basura. ¿Cómo uno puede estar feliz y triste al mismo tiempo? Yo lo estoy…».

Suleiman, sin darse cuenta, ha descubierto la esencia. Aquello que aprendimos e interiorizamos como parte de nuestro ser. Lo que nos distingue y define. Lo que defienden Eusebio Leal y Graziella Pogolotti. Aquello que fotografías de almendrones y ruinas de edificaciones pretenden hacer pasar por nuestra identidad. Aquello que puede salvar a esta Isla irredenta: nuestros valores.

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