Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los tejedores del patrimonio de la nación

Autor:

Graziella Pogolotti

Obra secular de pensamiento y de muchas manos, el patrimonio pertenece a todos, responsables por ello de cuidarlo y preservarlo. Los testimonios más remotos proceden de los primitivos habitantes de la Isla, que nos legaron sus hachas petaloides, sus marcas misteriosas en algunas de nuestras cuevas, sus bohíos y los nombres de algunos sitios de nuestra geografía.

De la etapa colonial sobreviven edificaciones emblemáticas, memoria de un devenir histórico y hechura de hombres de oficio, notables ebanistas y constructores. La República  neocolonial conoció un crecimiento demográfico y la consiguiente expansión de las ciudades. Se produjo entonces una arquitectura con valores nada desdeñables, mientras los bateyes de los centrales caracterizaban costumbres y modos de vida. A pesar de la proliferación de un sistema constructivo destinado a ofrecer respuestas a las necesidades acumuladas, la Revolución Cubana ha ido dejando obras valiosas, insuficientemente estudiadas. En resumen, aún en las más difíciles circunstancias, la huella del presente se constituye en patrimonio del mañana.

Sin embargo, el legado patrimonial no se reduce a lo edificado a través del tiempo. Está en archivos y bibliotecas que preservan documentos, periódicos y libros de incalculable valor, amenazados por el polvo, el calor y la humedad. Esa valiosísima papelería está depositada en reconocidas instituciones nacionales como el Archivo y la Biblioteca. Se encuentra también a lo largo del país en nuestras provincias. En tanto papel amenazado por el paso del tiempo, el investigador contemporáneo puede emprender la indispensable relectura crítica de nuestra historia y de nuestra cultura. En los museos de historia y de arte permanecen tierras vírgenes en espera de exploradores audaces y abnegados.

El debate contemporáneo concede primordial importancia a la necesidad de revitalizar la indispensable apropiación de la historia. Para proceder a una eficaz transmisión de los valores del patrimonio heredado a las generaciones emergentes, tenemos que proceder al análisis de nuestras insuficiencias en los campos de la investigación y la divulgación. Entender nuestro devenir implica valorar lo andado en términos de un proceso que abarque la construcción de la sociedad cubana en su conjunto. En tan complejo entramado concurren el acontecer político, el marco internacional, los factores económicos, las migraciones sucesivas, las contradicciones en el plano ideológico, así como la representación de lo que somos a través de la creación artístico–literaria. Por razones obvias, el siglo XIX ha centrado parte esencial de nuestro trabajo historiográfico. Fue la etapa de nuestras guerras por la independencia. Fue también la etapa de la cristalización de un inicial pensamiento propio  coincidente con decisivas realizaciones literarias y musicales. De Varela y Heredia, pasamos, en brevísimo lapso, a la inmensa figura de José Martí. Fue la centuria de un liberalismo económico que sentó las bases de la dependencia del monocultivo azucarero y de la brutal trata de esclavos.

Caídos Martí y Maceo, marginada Cuba del tratado entre España y Estados Unidos, la República neocolonial surge bajo nueva sujeción impuesta por la Enmienda Platt y el Tratado de Reciprocidad. El capital invade un país arruinado, con la población decrecida a consecuencia de la guerra y la brutal reconcentración decretada por Valeriano Weyler. Muchos espíritus parecen doblegados por el desencanto. La corrupción administrativa corroe la vida política. El latifundio azucarero profundiza la dependencia del monocultivo.

Bajo el impacto de tan adversa realidad, habrá de renacer el espíritu de lucha. Con ideas renovadas, una generación emergente se empeña en redefinir el espíritu de la nación. Vuelve su mirada a la historia, descubre los valores de la cultura popular, encuentra afinidades en la América Latina toda, bien apremiada por alcanzar su independencia. Por caminos convergentes se manifiestan la acción y el pensamiento de Mella, Rubén Martínez Villena y Guiteras con la obra de Emilio Roig, Ramiro Guerra, Fernando Ortiz y la creación artística de una vanguardia que se manifiesta en la música, las artes visuales y la literatura.

Según Raúl Roa, la Revolución del 30 se fue a bolina. De aquellos pocos años se conformó un patrimonio intangible hecho de una relectura del pasado diseño de un proyecto de nación, siembra de un imaginario que sobrevivirá a las derrotas coyunturales.

Tras un corto paréntesis, luchando contra obstáculos de toda índole, superado el breve parpadeo del desencanto por la frustración de los ideales independentistas, durante la República neocolonial se siguió edificando un patrimonio material y espiritual, legado nutriente de la Generación del Centenario. La etapa merece estudio y divulgación. Transcurrido más de medio siglo desde el triunfo de la Revolución, la distancia histórica permite asumir la perspectiva necesaria para valorar, con sus luces y sombras, la obra realizada. Inspirado en sus fuentes originarias, nuestro proyecto acumuló un pensamiento descolonizador con amplia resonancia más allá de la Isla. Constituye un patrimonio irrenunciable en la coyuntura impuesta por los debates que animan la contemporaneidad. Abordar la sistematización del análisis del proceso en que hemos estado inmersos es tarea impostergable.

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