Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿La diferencia nos une?

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Cualquier detalle puede situarnos en el «banquillo de los acusados» dispuesto por los esquematismos sociales: un cromosoma de más, la imposibilidad de percibir la luz, el silencio rotundo o las torpezas de la voz, los claroscuros de la piel, una inclinación sexual inesperada, las fronteras entre una y otra creencia religiosa, un gesto más suave o más rudo, tal vez la frase equivocada…

Si somos diferentes no es extraño que, en no pocas ocasiones, nos sintamos expuestos, aunque la TV publique spots sobre la inclusión de vez en vez, los periodistas hablemos del asunto generalmente cuando hay una fecha que aluda al tema y los especialistas intenten ayudar a entender o abrir brechas de información dentro del campo de los tabúes históricamente sembrados en el imaginario social.

¿Pero por diferente alguien debe quedarse solo, sin saber qué hacer, qué rumbo tomar; fingir la transformación hacia lo común, o timonear frente al mar embravecido hasta que se calmen las olas o zozobre en el intento?

La diversidad muchas veces asusta, molesta, enceguece… Y quienes parecen más comunes, los tradicionalmente bien aceptados por la sociedad, de igual forma guardan en sí su diferencia en    el cajón más oscuro e ignoto, donde        —suponen ellos— nadie podrá encontrarla jamás.

Por eso creo que es indispensable abrir el debate público (en los hogares, el vecindario, los centros laborales…) acerca de la homofobia y la transfobia, otras formas de mostrar la diferencia, esa que nos marca como intolerantes e irrespetuosos hacia la personalidad ajena.

Durante toda una jornada se desarrollan en nuestro país acciones educativas con el fin de sensibilizar a la población en la lucha contra la discriminación, la exclusión, la violencia y el rechazo, inspirados en el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia, que se celebra cada 17 de mayo.

Sin embargo, todavía cuesta trabajo hablar del tema abiertamente en determinados espacios, porque además de conocimiento, falta sensibilidad, entendimiento de que el asunto involucra a seres humanos (con diferencias, como cualquier otro) con los mismos derechos y deberes de cada ciudadano cubano, como lo dispone nuestra Constitución.

El asunto aún resulta demasiado complicado de abordar porque muchas veces se promueve, incluso desde el propio hogar, el rechazo, la burla y la exclusión de personas que, en apariencia, son «divergentes». Sin embargo, todas ellas tienen derecho a la libre y responsable orientación sexual e identidad de género, como ejercicio y expresión de la equidad y la justicia social.

¿Por qué todavía muchos padres y madres se niegan a aceptar y amar a sus hijos por su sensibilidad y sus capacidades intelectuales y laborales? En cambio, se enfocan en su orientación sexual, como si no importaran los sentimientos ajenos y su realización personal. De seguro jamás han pensado qué pasaría si fuesen ellos los excluidos por esas mismas razones. Es posible que no se perciban en el papel del destructor —o la destructora— de la integridad y dignidad de la otra persona, al punto de debilitar la estima personal, a vivir bajo la manta del temor y, en el peor de los casos, hasta escoger la muerte como solución desesperada.

El prejuicio puede estar en cualquier esquina, del centro o la periferia de las comunidades. Pero este, en innumerables ocasiones, proviene de la incapacidad de diálogo, no solo de los excluyentes, sino también de los excluidos. Por eso resulta imprescindible la necesidad de aprovechar todos los espacios para educar, desde edades tempranas, acerca de tema tan serio y definitorio de vidas humanas. No hay que olvidar que la Revolución se construye «con todos y para el bien de todos».

Cada ser humano debe tener el derecho de escoger los caminos por donde quiere transitar y nadie ha de arrogarse la potestad de impedir su realización, sea hombre o mujer; negro, blanco o mestizo; heterosexual, homosexual o bisexual… En esta Cuba del siglo XXI que apuesta por la fuerza de la unidad, la diferencia nunca debería ser una ruta cuyo final sea la segregación, todo lo contrario.

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