Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La espera

Autor:

JAPE

Si llegas temprano, antes de lo acordado, no habrá problemas. Los primeros 15 minutos de espera son una felicidad, pues ya tú estás ahí. No has dejado embarcado a nadie ni nadie espera por ti. Luego del primer cuarto de hora sin que la otra persona (o alguien de las otras personas) llegue, comienza el soliloquio o monólogo interno: «¡Verdad que la gente es tremenda! ¡Qué desconsiderada! ¡No hay respeto!». Son las primeras frases que comienzas a soltar tras algún que otro bufido. No importa si por lo general eres tú el que siempre llegas tarde a las citas. No, hoy tú llegaste temprano y eso hay que considerarlo.

Ahora existe el teléfono móvil y a menos que no tengas saldo (algo muy común entre los cubanos) podrías hacer una llamadita o «tirar una perdida» para ver por dónde anda la gente esperada, o qué nivel de embarque debes asumir. Si te responden: «¡ya estoy (estamos) en camino!», puedes asegurar que todavía está en casa desayunando o se acaba de levantar. Ahora funciona así en el «código» de mensajes contemporáneos. Si no responden la llamada ni llega algún mensaje, la cosa se complica.

El monólogo interno se hace más intenso y suspicaz: «¿Yo habré escuchado bien la hora y el lugar?». «¿Habrá sido a las 7:00 p.m., en vez de las 7:00 a.m.?». Esto es en caso de que el encuentro haya sido pactado para un horario mañanero. Si quedaron a las cuatro de la tarde, dudo que haya otra variante posible.

Si decidieron verse en una parada o avenida transitada comienzas a mirar todas las guaguas o autos de alquiler con una mirada esperanzadora y es posible que se te escape una frase de aliento: «¡Seguro que viene ahí!». Esto se repite con unos 40 vehículos.

Llevas más de media hora esperando y no ha llegado nadie, no hay llamada ni mensaje ni señales de humo, entonces comienza lo que algunos especialistas llaman el final countdown o conteo regresivo: «¡Voy a esperar cinco minutos más y me voy!». Estúpida trampa, de cinco en cinco se suma media hora más.

A estas alturas el soliloquio ha tomado una connotación agresiva y hasta de suspense como en la película del sábado. «¡Este embarque me lo van a pagar! ¡Ellos no saben quién soy yo! ¡Conmigo que no cuenten más para nada!». Esta es la variante de grupo. Si la cita es con una «jevita» o «jevito», existen dos variantes:

Una: Si estás enamorado de ella o él, te gusta mucho, es la primera vez que han quedado en verse; el comentario es el siguiente: «¿Qué le habrá pasado? ¿Le habré hecho algún desaire, algún comentario desfavorable, un mal gesto involuntario?». Y casi llorando culmina: «¿Será que no le intereso para nada?».

Dos: Si se trata de alguien con quien ya mantienes relaciones estables, una infidelidad programada, «matar una jugada», como se dice en el argot popular; entonces las observaciones son otras y en otro tono: «¡¿Qué se habrá pensado esta (o este), que a mí me sobra el tiempo!? ¡Última vez que quedo con fulana (o fulano)! ¿¡Acaso piensa que inventó el Kamasutra!?».

Al final, una hora después, cuando ya estás decidido a marcharte con el alma hecha pedazos y sin bilis, la persona (o personas) aparece como si nada hubiera pasado y con una sonrisa de oreja a oreja te preguntan: «¿Llevas mucho rato esperando?». Esto en el mejor de los casos, a veces, no preguntan nada.

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