Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Estudio independiente para un nuevo escolar

Autor:

Liudmila Peña Herrera

OTRA vez septiembre nos devuelve el ir y venir de los estudiantes, de camino a las escuelas o de retorno a los hogares. Nuevamente la familia se ha dedicado —no sin pocos sacrificios— a garantizar la logística necesaria para que los muchachos comiencen las clases.

Durante las vacaciones, una montaña de uniformes nuevos marcó en la «lista de espera» de las costureras del barrio o de la abuela que hace magia con las tallas descomunales sentada frente a la Singer, mientras no pocos padres revisaban otra lista —de precios ¡y precios!— para escoger zapatos nuevos, mochilas, luncheras y un sinfín de accesorios (imprescindibles o no) para que su prole comenzara el curso conforme a sus necesidades.

Otros, conscientes de sus apretadas capacidades de pago y seguros de que una mochila con dibujos de princesas o superhéroes no es garantía de mayor conocimiento, agarraron detergente y cepillo y se enfrentaron con las asas de la bolsa de los cursos anteriores hasta dejarla —si no nuevecita—, al menos, lista para abrigar libretas y libros nuevos, esos para los cuales no pocos compraron forros a ¡cinco pesos cada pliego! en algunas esquinas donde la reventa no entiende de productividad ni conflictos salariales.

Sacando cuentas de cuánto podría gastarse en forros —en algunos sitios si no compras el nailon no te venden el papel—, y todavía a unos cuantos años de verme en esa situación, me pregunto por qué esas mismas propuestas no se encuentran al alcance de la familia de la mano estatal (y a menor precio) con la misma facilidad con que aparecen en las de los particulares.

Dice una colega que en varios estanquillos de Correos de Cuba han vendido a veces a tres pesos, casi siempre al finalizar el curso escolar. Ella, que me tira un cálculo rápido sumando los 13 libros y similar número de libretas de la hija, más una decena de textos y cerca de cinco libretas del niño —los cuales, multiplicados por tres, superarían el costo de cien pesos—, no entiende la estrategia de mercado que induce a vender estas producciones al finalizar el curso y no cuando el año lectivo está a punto de empezar, para responder a la demanda y a las necesidades.

Pero no son los gastos y malabares económicos de las familias o el problema de las tallas de los uniformes, los únicos que me preocupan. Cuando septiembre apenas asoma, pienso en lo bueno que sería reanudar el vínculo estrecho entre el educador y los padres, en la comunicación efectiva —y afectiva— que haría más potente el lazo que los une en pos del futuro de los más jóvenes.

Desearía que la exigencia en todos los niveles educacionales fuera mayor y que la calidad estuviese varios escalones por encima de la promoción escolar. Quisiera que nuestros pequeños supieran tanto de Ortografía, Geografía, Matemática, Literatura, Historia… como de asuntos tecnológicos. También de ética y de civismo. Sería una verdadera conquista que el aula resultase un espacio mucho más atractivo para los estudiantes, que la clase fuese esa oportunidad de descubrir lo que se desconoce al punto de no querer perderse ni una palabra de lo que dice el maestro.

Ahora que septiembre nos devuelve las nostalgias de los tiempos en que los padres de hoy éramos los vestidos de uniforme de ayer, sería prudente preparar —además de los zapatos, las mochilas y demás accesorios— las rutinas o hábitos de estudio de nuestros hijos, revisar los puntos de actuación en los que debemos enfatizar más con ellos y emprender nuevamente el camino de la educación reflexionando si la meta de un curso escolar es tan solo aprobar los exámenes de rigor, o crecer como seres humanos. Ese puede ser un estudio independiente para el curso que recién comenzamos todos.

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