Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Liuba María Hevia: embajadora de la felicidad

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Verla cantar así, bajo el brillo místico de la luna en el holguinero Callejón de los Milagros; escucharla entonar los mismos temas con los que hemos crecido o nos hemos enamorado; temer que explote el pecho de emoción cuando nos miramos en los ojos húmedos de la eterna nieta artista cantándole al abuelo que pintó su infancia con un «verdor aceituna»… Escucharla sin «maquillajes» de estudio, sino a guitarra limpia, es como respirar aire puro.

Liuba María Hevia no se detiene a esperar obsequios —aunque los recibe, cuando llegan, con la misma dulzura y sencillez con que lo hace una niña— al cumplir 35 años de vida profesional. En cambio, toma su guitarra y se va a recorrer la Isla, para multiplicar los duendes que pueblan su mundo a través de su voz.

Llega a Holguín desde Santiago, y es ella quien le hace reverencias a la gente que vino a verla, a sentirla, y que la mira con los ojos muy abiertos, como para no perderse instante alguno mientras todos tararean Algo, o le gritan Ilumíname, o le sugieren Si me falta tu sonrisa.

Y en la mañana se va a ver a los niños hospitalizados que quizá no esperen, en la difícil cotidianidad de los tratamientos médicos, a la muchacha que invoca El despertar. Les canta primero a los que pueden reunirse y aplaudir. Incluso les pregunta: «¿Qué quieren que les cante?». Y entre sonrisas les regala Señor arcoíris, Lo feo, El trencito y la hormiga, Dame la mano… No son los pequeños los únicos que corean. Médicos, enfermeras, técnicos, asistentes… se unen, a coro, a la canción de esta embajadora de la felicidad —además de la buena voluntad que le reconoció la Unicef—, que entona ahora Estela, granito de canela, para los trabajadores del Hospital Pediátrico Octavio de la Concepción, con el fin de agradecer su labor en el cuidado de la salud infantil.

Después se va a la renovada sala de Oncohematología, cargada de besos que sus manos echan a volar para que lleguen al corazón de los niños en tratamiento. Les lleva, junto al libro y al póster que les entrega, un mensaje de aliento y deseos de pronta recuperación. Es el arte de ser buenos, de ser sensibles, lo que Liuba María obsequia.

«Es un honor aportar mi poquito, estar con la gente más disímil. Para mí es importante ir a los lugares donde uno normalmente no va; verle los ojos a la gente del pueblo, a la gente que casi nunca se le ve a los ojos. Eso es un privilegio y me lo llevo dentro», afirma la artista cumpleañera, a quien la han distinguido con símbolos territoriales tan importantes como el Hacha de Holguín o el Escudo de la provincia de Santiago de Cuba.

Con esas luces, Liuba María Hevia continúa viaje hacia Camagüey, Villa Clara y Matanzas, en esa suerte de «travesía mágica», no solo transformando el presente de quien la escucha sino renovándose a sí misma como artista y como ser humano, gracias a ese ángel tan suyo que lleva a donde quiera que vaya.

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