Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Se fue como ansió vivir!

Autor:

Nelson García Santos

Él, en una escena que crispa y aguijonea, está al borde de pasar al más allá, luego de ser un rey en las callejuelas. Se había formado en la universidad de la calle, en la que aprendió a esquivar el enrevesado tránsito y buscarse el sustento del día a día de manos generosas o escarbando en alguna jaba.

Por instinto sabía que para acercarse a alguien debía mostrar generosidad caudalosa, nunca una señal agresiva, para ganarse la confianza de aquel a quien quería conquistar, como único sabía hacerlo, derrochando afectos.

Esa estrategia la realizaba flirteando de manera lenta y mansa, mientras clavaba la vista y olfateaba a fin de apreciar si la reacción del galanteado era desdeñosa o afectiva.

Tampoco devenía rencoroso. Percatado del rechazo por el brusco grito de «Sal de aquí» o del intento de golpe, seguía su camino en busca del próximo floreo hasta que encontrara una mano amiga, aunque fuera solo para darle una caricia. Y, por su persistencia, siempre la hallaba.

Él tampoco escogió la vida callejera, que si bien le daba la posibilidad de andar por donde se le antojara, lo privaba de sentir permanentes nuestras de cariño, de tener techo, agua limpia, higiene y comida, tan necesitado de poseerlos porque no era depredador.

Desde que su dueño lo botó en una ciudad desconocida tuvo que aprender la dura existencia de depender de la bondad y hasta verse lleno de sarna sin nadie que lo atendiera. Sabía expresar a los hombres y mujeres que deseaba compañía con tenues aullidos, el meneo del rabo, acariciando con su cuerpo los pantalones o intentando, juguetonamente, subírseles o echándose a reposar a sus pies.

Ahora está en sus minutos finales, sin saberlo, en una de esas aceras que tanto desandó. Una joven muchacha al verlo allí, moribundo, se arrodilló y tomó su cabeza entre sus delicadas manos. Al descubrir la escena avancé hacia ella. «Se muere», comentó entristecida, antes de rematar: «Algún depredador humano. ¡Qué injusticia!».

El final definitivo le llegó a ese perro callejero santaclareño rápido. Pero, ¡bendita sea la vida!, se fue sintiendo el calor humano, que tantísimo deseó, mediante aquella dulce joven que lo abrigó hasta el último momento.

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