Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

No hacen falta alas

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

A diferencia de Silvio Rodríguez, si yo lograra hacer helado con el hielo de los polos (cada vez más a la deriva, por desgracia), sí le daría a probar a todos los mentirosos y cobardes del planeta, y sé que mucha gente de las que aún ama y arde en estos tiempos estaría de acuerdo, porque si algo ha demostrado Cuba en cinco siglos de reinventarse a sí misma, es que la solidaridad también se contagia por la boca.

El sueño ancho, largo y hondo que proclama el cantautor de mis desvelos juveniles hoy parece aplanarse, pero esa realidad en 2D no me deprime. Después de todo, dicen que los televisores de pantalla plana tienen mejor resolución que sus abuelos y en un diminuto celular caben tantas cosas: buenas, malas, regulares y más allá de toda clasificación.

Igual no necesito alas porque mi meta no es volar de esta tierra, pero el empeño y el amor del poeta sí me harán falta en este intento culinario de congelar malos augurios. En cuanto al fondo para pobres de amistad y sonrisa, no necesito cuenta en Bandec porque la música es tarjeta dorada que respalda mi inversión de alegría, y más en este trópico donde nace un jolgorio de cajones, latas y otras fanfarrias reciclables en cualquier esquina.

Para este coro que compongo a favor del planeta resulta útil casi todo lo que cae en mis manos, desde las frutas de mi patio ecológico hasta la poliespuma que desecha la nueva casta de aspirantes a burgueses cuando renueva sus equipos domésticos. Con las cáscaras hago tierra nueva y los moldes son buenos para crear juguetes o convertirlos en macetas.

Eso sí: me encantaría sumar muchas manos y piernas (no importa si tienes una sola de cada tipo), y todo lo que de bueno ya no esconden las modernas camisetas juveniles. Con Fernando y David, los profes anfitriones del proyecto Delta, armaría una wifi divertida en un sitio hermoso de esta ciudad, como el parque Almendares o el Jardín Botánico, y así se suman al banquete los nuevos amores divididos (¿o multiplicados?) por la web.

Es más, les daría abundante helado ¡bien helado! a quienes acostumbran servirlo derretido en los coppelitas, a quienes esconden los mejores sabores de su trato y reparten a regañadientes las míseras migajas de las apariencias, pero sobre todo a quienes le perdieron el gusto a reclamar sus galletas de la dignidad y se refugian en un insípido ¿qué le vamos a hacer?, como si todo el poder de ese verbo recayera en los otros.

Y si no cambian, si de todas formas siguen siendo cobardes o egoístas, no me importa. Tal vez sea esa su naturaleza. Yo elijo serle fiel a la mía y ahora mismo despacho a manos llenas mi optimismo aderezado con este hipótetico helado gigaaaante.

 

 

 

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