Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las botellas, el barco y los arrecifes

Autor:

Osviel Castro Medel

El chofer detuvo, de buena gana, el auto particular en una calle habanera para que tres pasajeros se montaran. Sin embargo, la mujer que se arrellanó al lado del conductor puso cara de pocos amigos en lugar de alegrarse por la llegada de aquella tabla salvadora.

Miraba de reojo al hombre del timón hasta que vencidas unas cuadras, un poco iracunda, soltó: «Ayyy, no es fácil, llevo tres horas en esa parada».

El chofer la miró y volvió al volante para responderle: «Pues yo me pasé cinco horas para poder echar combustible y para que, casualmente, usted pudiera montarse aquí».

Entonces uno de los pasajeros de los asientos traseros se inclinó hacia adelante y casi le musitó al conductor una confesión, que funcionó como un martillazo concluyente: «Yo llevo ocho días tratando de irme para mi tierra».

Fue el sicólogo Manuel Calviño quien por la Televisión Cubana contó esta anécdota de «botellas», que encierra una gran enseñanza para las contingencias actuales.

Él mismo —personaje del volante en la historia— remarcó un concepto esencial en el programa Buenos Días: todos vamos en el mismo barco, aunque no todos viajemos en el mismo camarote.

Y, como todos, de una forma u otra, estamos soportando el embate de las olas y el estampido de los truenos en nuestras cabezas; deberíamos juntarnos más que nunca para vencer la tormenta y esquivar cada uno los mortales arrecifes que nos pronostican.

Calviño decía que, en favor de esa conciliación, no deberíamos «cazar» implacablemente a quienes no paran, ni generar una guerra a ultranza para que «boten» al que pasó de largo, tal vez apurado por cualquier circunstancia. Lo ideal sería encumbrar y difundir tantos buenos ejemplos nacidos por estos días.

Lo comentaba porque —necesarios inspectores aparte— una lluvia de maldiciones o de denuncias amplificadas quizá derivaría en conflictos y choques, que a la postre pudieran debilitarnos o empezar a dar la apariencia de un país de conjurados.

Al respecto, siempre recuerdo una frase que se entronca con los criterios del respetado profesional de la sicología. «La solidaridad no se impone, no es de fuerza, va en el corazón de las personas, en su educación», aseguraba un dirigente de «provincia» admirado en toda Cuba.

A la vez que hace falta reconocer esas verdades como montañas, acaso sea tiempo de emplear ciertos instrumentos persuasivos sin pedir «sangre». Porque, tomando la «imagen marítima» del brillante sicólogo, alguna medida correctiva habrá que aplicar con quienes dentro del mismo barco van, consciente o inconscientemente, provocando agujeros por los cuales penetra el agua.

Recuerdo una peculiar asamblea que se efectuaba en mi tierra, Granma, un día fijo de cada semana. «Reunión con los choferes que no paran» se llamaba y constituía una lección moral para quienes no se detenían en los puntos de transportación o en las miniterminales.

De modo que lo de virar el cuello o tomar atajos para ignorar a las personas necesitadas de transporte es una tendencia ya añeja en nuestro entorno. Varias veces se ha abordado en estas páginas y en otros medios públicos con el modesto propósito de fomentar una chispa de conciencia, pero quizá los indolentes ni se enteraron.

Uno de esos textos, el de mi colega Nelson García Santos, exponía que para ganar la batalla de la conciencia era indispensable la fuerza del ejemplo personal, emanada de «cualquier cuadro, funcionario o compañero responsable de un vehículo».

¿Cuántos jefes de carros encristalados o de gomas rápidas se «aburguesaron» durante todos estos años, sin recoger jamás al médico que iba solícito a una guardia a salvar vidas, a una oficinista facilitadora de trámites o a un compañero de trabajo?, vale preguntarse ahora para reflexionar muy en serio sobre cuestiones más profundas que la de una coyuntura de carencias.

No podemos cansarnos de intentar la consabida siembra de valores, por la que tanto aboga con razón el profesor Calviño, pero tampoco debemos dejar que los desalmados se sigan creyendo amos y señores de la vía, del barco y de la vida.

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