Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una inquietud que no se marchita

Autor:

Alina Perera Robbio

Buscando en México cuánto quedó atrapado de Julio Antonio Mella en los velos del tiempo, pude vivir en 2006 un diálogo de privilegio. De entonces, anoté:

«En una sala muy blanca, donde reinan los espejos y los libros, donde enormes cristales que dejan ver toda la vegetación del jardín atrapan nuestra atención, la prestigiosa escritora mexicana Elena Poniatowska nos dice: “Yo siento que Tina (Modotti), a quien más amó en toda su vida fue a Mella. Se quedó como Julieta al verlo morir; sintió que le habían matado a su amor; y sufrió muchísimo por esa muerte, no solo por lo que perdió sino también porque la acusaron; dijeron que aquello era un crimen pasional; la metieron en la cárcel; registraron sus cosas; tiraron todas sus ropas por el suelo; en fin, sacaron toda su intimidad y además la destruyeron. En cinco días periódicos como El Excelsior y El Universal Gráfico se dedicaron a deshacerla por su relación con Mella; la acusaron incluso de asesinato”».

En cuanto a Mella —afirmó la escritora— «era una persona absolutamente excepcional». Para Poniatowska, como dijo aquella tarde, el encuentro entre el joven y Tina Modotti tiene que haber sido relampagueante: «Después de muerto él, Tina lo primero que ponía en la pared adonde quiera que llegaba, pegada con una tachuela, era una foto de Julio Antonio. Al morir, tenía en su monedero una foto de pasaporte de él. Había quedado seducida para siempre cuando lo escuchó hablar por primera vez en un mitin en favor de Sacco y Vanzetti».

En un homenaje que el extraordinario cubano merece cuando se cumple otro aniversario de su asesinato este 10 de enero, no es inútil recordar que se prodigó en inteligencia y vitalidad a pesar de su corta existencia. Vivió en nuestra Cuba cuando en ella había tranvías y coches de caballos, cuando las ideas se amplificaban impresas sobre el papel o a viva voz. Y a pesar de las tipicidades de su época, sigue siendo un modelo que no pertenece al pasado.

Me pregunto qué hubiera hecho Julio Antonio en este mundo que arde, que se inunda y sufre los temblores de la naturaleza y también de la guerra. Él… bello y amante de la belleza más profunda; tímido y pudoroso con las muchachas; y fiero y vertical en la defensa de su pensamiento. Él, consciente de su destino, de tener sobre sí el estigma por ser un «apestado de la fiebre roja» del comunismo, para él la única opción, que «no es un delito» de los revolucionarios honrados. Él, que creía en andar inspirado, en la «inquietud constante», en el «renovar continuo de ideas y cosas» como «condición esencial» de la vida…

Julio, hijo de un país cuya verdadera emancipación estaba pendiente, hubiera estado feliz hoy con tanto bien conquistado, aunque también hubiera roto lanzas contra molinos que nos entorpecen el avance hacia una sociedad superior. Y sería igual de antimperialista, como lo aprendió de José Martí.

El 10 de febrero de 1929, al mes de que el muchacho fuera asesinado, Tina, de quien el luchador iba del brazo cuando fue balaceado por la espalda en la Ciudad de México, expresó en un homenaje: «Mella es ahora un símbolo de la lucha revolucionaria contra el imperialismo y contra sus agentes, y su nombre es una bandera».

La expresión no se ha marchitado: hay muy poco de viejo en Julio Antonio, apenas los días físicos de los que no pudo fugarse. De él, nacido el 25 de marzo de 1903, deslumbra cómo la profundidad, el compromiso diáfano, no estuvieron en contradicción con el amor por la vida y todo lo hermoso que esa vida pudiera entrañar. Un testimonio dejado para la posteridad por un profesor universitario que conoció al excepcional comunista nos lo muestra como una persona equilibrada, con apetito envidiable y excelente salud. También se sabe que era alegre, entusiasta, amante del deporte, que hablaba como abrazando, que podía entablar relaciones con personas de diversas edades y características, que siempre buscaba tiempo para leer, que era sumamente sensible y que, como su pasión era la justicia, defendía sus ideas con una intensidad que podía llegar a ser telúrica.

Volvamos a él. Hay que estudiarlo. Subrayar, por ejemplo, su exhortación a que fuésemos seres pensantes, no seres conducidos. Julio nos enseña que se puede defender una gran causa sin que ello implique falta de pasión o falta de elegancia. Su ejemplo nos dice que se puede ser un enamorado de lo grande, pero que tal suerte solo será posible si antes se vivió un enamoramiento por múltiples jornadas pequeñas.

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