Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las canas y las ganas

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

¿Se fijaron? Acabo de cambiar la foto que me identifica en el diario. La otra permaneció diez años, más por pereza que por vanidad, pero si vivo agradeciendo la victoria de envejecer en un mundo donde tanta gente muere joven por causas solubles, ¿qué sentido tiene perpetuar una imagen que ya no es, ni volverá a ser la mía?

No soy la única en Juventud Rebelde que ha decidido disfrutar con dignidad el brillo de sus canas, dejarlas crecer sin agobio y reír de los años y sus marcas físicas, prueba innegable de que vivimos, con toda la intensidad semántica que podemos (o sabemos) aplicar a ese verbo.

Amigas del gremio, del barrio, del público que comparte nuestras aventuras por todo el país, desaprueban esta decisión. Yo en cambio respeto su manera de invertir en autoestima, sus elecciones de colores y texturas, incluso el tiempo que dedican a la peluquería (ah, ese espacio de infinitos saberes antropológicos).

Cada quien sabe lo que le hace feliz… y si no lo sabe, que se apure en averiguarlo, porque la vida es eso que pasa mientras decides qué hacer con ella, dice un proverbio.

¿No quieres conservar nada de tu gloriosa adolescencia? Me preguntó una lectora septuagenaria, muy pizpireta ella. ¡Pues claro! —le respondí—: Guardo libros, música, cartas de amor… Incluso tengo «ropita de los 15» que aún puedo usar, y lo más importante es que viven cerca amistades de entonces. Es hermoso cruzarnos e intercambiar la misma sonrisa, la misma picardía, aunque ya nadie vista el «chícharo» de la secundaria o el «azulejo» del pre.

La mayoría tiene más libritas y algo de arrugas por doquier, ha cambiado el glamur y lidia con achaques del cuerpo o el alma. Y digo mayoría porque la menuda Reglita sigue idéntica… ¿No me creen? Piel de ébano lustroso sin surcos, risa alba y confiada, andar ligero, la misma voz… Ella es la máquina del tiempo de mi generación ultramarina y no hay modo de que nos veamos sin soñar un rencuentro.

¡Y lo vamos a hacer!, dice ella, con su optimismo a prueba de otoños. Por ahí andan las Idalmis, Danay y Silvio, Ernesto, Mercedes, Ismael, las Lissette, Roxana, Felicia, Glenda, Omar y Marilyn, Primitivo ¡y a saber cuántos más de esa estirpe entre el 66 y el 69 que ya pasó la media rueda y sigue dándole a la vida sueños!

Será lindo saber quién logró lauros en su profesión o tiene un negocio propio, o hace arte, o dirige un Joven Club o maneja un bufete, o saca cuentas en una empresa. Quién se casó una, dos, ¡tres veces! o eligió la soltería de por vida. Quién construyó una casa nueva o sigue viviendo en el nido familiar (con o sin agregados). Quién brincó el charco sin olvidarse de la Colina Lenin, y cuando ve una rueda de casino piensa en las noches de Liceo, los bailes de las flores, los besos mullidos en la platea del cine…

¿Y los proyectos? ¿Y los dones? ¿Y el humor? ¿Y la rebeldía? ¿Quién conserva la camisa firmada el último día de clases, la agenda de autógrafos, la foto en el patio de la Mártires, la Sandino, el pre Onelio, Cuba Suecia…?

Escríbanme. Busquémonos en Facebook. Vengan a ver a Reglita en su casa de siempre. Activen sus redes y armemos una jornada de recuerdos, que no será competencia, juicio póstumo ni resaca de años. Juntemos nuestras risas y aportemos al festejo lo que mejor aprendimos a hacer en estas décadas de surcar mares nuevos. Desempolven sus energías y salvemos a quien cree que ya no le importa nada o nadie.

Traigan sus amuletos, sus amores, a sus nietos, nietas y mascotas: también para ellos es esta fiesta, para que entiendan que detrás de los mimos y alertas hay una vida de tropezones, ocurrencias y aciertos.

Por si aún no se dieron cuenta, ya nunca más seremos tan jóvenes como hoy. Y si hay ganas, ¿qué importan las canas?

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