Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las blasfemias que mojan al agua

Autor:

Nelson García Santos

Ninguna necesidad de explayarse con mil palabras cuando solo tres lo definen cabalmente: el agua es vida. Consecuentemente, sin su existencia todavia estuviera por surgir la Humanidad.

Entonces, qué decir cuando el mundo, consciente de esa realidad en mayor o menor medida, celebra el Día Internacional del Agua, instaurado el 22 de marzo de 1992 por la Asamblea General de Naciones Unidas.

Se estableció esa fecha para sensibilizar(nos) sobre la problemática que atraviesa un recurso natural que tampoco se distribuye de manera equitativa, a tal extremo que para el 2050 se estima que al menos un 25 por ciento de la población vivirá en un país afectado por escasez crónica de ese preciado líquido.

Como suele ocurrir, los estudios encargados por la ONU sobre el particular refieren que perjudicará sobre todo a países menos desarrollados, y afectará gravemente a sus habitantes no solo por la escasez, sino porque su mala calidad incide a la larga en la salud.

A partir del triunfo revolucionario de 1959, el acceso a un agua libre de impurezas y accesible para todos devino uno de los programas fundamentales a resolver, y su progreso se debió al plan de la Voluntad Hidráulica, impulsado por Fidel, germen del actual programa nacional de desarrollo y mantenimiento de la infraestructura creada, en estrecho vínculo con la Tarea Vida.

En aquellas décadas iniciales comenzó un amplio desarrollo de obras hidráulicas, casi inexistentes hasta entonces en el país, y se creó una red impresionante de embalses y micropresas, vitales para el desarrollo agrícola, la industria, la prestación de servicios y la población.

Pero la lluvia sigue resultando única fuente de agua que existe en el país, y una parte de ella se retiene en las cuencas hidrográficas del país, o sea, aguas superficiales y subterráneas que van a un río o lago, y hacia la zona de infiltración en las costas.

Cualquier mirada al recurso agua en nuestro país no puede soslayar las consecuencias de ese derroche palpable por parte de la población y las instituciones estatales. A simple vista se aprecian los botaderos, ríos de indolencia por los que nadie clama de espanto, pero si falta en la tubería de la casa llueven las blasfemias, de esos mismos que las malgastan impunemente.

No hay que esperar un día internacional ni una jornada al año para cuidar lo que es de todos y exigir a quien corresponda saludables medidas, dentro y fuera de las casas, para cortar el despilfarro de lo que llega en ciclos, pero no es infinito.

Lo otro, como la canción añeja, es pura hipocresía, celebrar una fecha en las redes sociales y luego morir de sed varios días, teniendo tanta agua blasfemando en las calles.

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