Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Junto a la hoguera de los cariños

Autor:

Alina Perera Robbio

En estas horas en que la vida nos ha cambiado a todos —cuatro semanas de amenaza global parecen siglos—, en que la COVID-19 nos ha recordado de modo implacable que la Tierra es redonda y es nuestro único hogar, me ha dado por mirar al cielo en las mañanas, como buscando otro asunto, como queriendo escapar de lo que inevitablemente nos concierne y preocupa.

No ha habido en la dimensión celeste nubes grises, y el color azul-claro-brillante me ha dado por decir bajito: «Lindo día…». Igual he redescubierto el canto de los pájaros, el juego travieso de alguno de ellos en los bordes de una ventana del patio. Advierto que flores naranjas han nacido en una de las plantas del balcón. Y he recordado entonces que todo cuanto hacemos es para ganarnos el premio de las pequeñas cosas de la existencia.

En el momento que escribo estas líneas, 174 naciones han sido golpeadas por el nuevo virus que no hace distingos, que solo parece flotar y empecinarse en tocar todo cuanto le dejan al alcance. Ya hemos dejado atrás la cifra de 30 451 bajas a nivel global; y sin ánimos de «politizar» nada —para qué recordar que la política está en todo, pues ella significa cómo administramos nuestra casa, ciudad o país—, debo hacer justicia y decir que no ha habido mejor clase sobre modelos de sociedad y sus consecuencias que lo visto en cada parte del planeta: allí donde el Estado ha llevado la voz cantante y ha habido organización y prioridades que giran en torno al ser humano, la COVID-19 no ha golpeado tan duro como donde el modelo ha sido a la inversa.

«Cuba salva», dicen muchos aquí mientras se ajustan con aplomo y responsabilidad el nasobuco, objeto de todos los colores y estilos que ha dejado de ser privativo de los salones quirúrgicos o de pacientes frágiles para convertirse en una prenda masiva de supervivencia. Y dicen con razón: en medio del pánico y de la incertidumbre del orbe, la Isla emerge por su desarrollo biotecnológico, porque toma parte con su trayectoria científica en batallas cruciales como las que ha dado, con éxito, la hermana República de China, y ve partir a sus hijos, altruistas y sabios, a los lugares más difíciles. Y en medio de todo, pone orden estricto en casa.

La más alta dirección del país no deja de hacer comparecencias. Sus representantes hablan el lenguaje más sencillo y razonable. Hablan como lo hace un padre de familia sentado a la mesa con todos sus hijos, nietos y sobrinos. Informan sobre medidas más que atinadas. Los consejos han sido incluso hasta sobre cómo debemos toser.

En estos días de cielo despejado y brillante me pongo a merced, con orgullo y confianza, del sentido común de los más importantes decisores, quienes tienen como estilo atender cada detalle de la vida popular. Reverencio, conmovida, a quienes están ahora mismo en la primera línea del combate: científicos, laboratoristas, intensivistas y en general un ejército de médicos, agentes del orden, periodistas, elaboradores de alimentos, y, en fin, aquellos que no pueden dejar de trabajar porque se paralizaría el país… Y de todo lo dispuesto para estas horas, una decisión me hace reflexionar con particular detenimiento: se han activado los Consejos de Defensa, en composición reducida, por indicación del Presidente de la República y del Primer Secretario del Comité Central del Partido.

Lo anterior me lleva al convencimiento de que, con toda insatisfacción posible que nace de la obra humana, tenemos una capacidad organizativa admirable.

¿Y eso cómo ha sido?: cierta vez, en una reunión del más alto mando de la Defensa Civil en Cuba, escuché el testimonio de un prestigioso combatiente nuestro, quien contó, a propósito de la respuesta que la Isla sabe dar ante situaciones de desastre, que en una ocasión alguien le preguntó sobre el método que la nación caribeña tenía para salvaguardar la vida de su gente. El combatiente, en su testimonio, recordó que su respuesta fue a lo hondo: «Tendrían que empezar a organizar todo de cero; la Defensa Civil en Cuba es fruto del diseño de la sociedad desde sus cimientos, y eso no es trabajo de unos días».

Mientras mis seres entrañables permanecen en el hogar, al calor de una hoguera de cariños y a sabiendas de que nuestra casa es para nosotros el mejor de los lugares posibles —pues el hogar es punto de partida y casi siempre destino—, vuelvo a asuntos que había dejado pendientes, como la lectura de un buen libro o el bordado de conversaciones que tampoco había tenido tiempo de sostener en calma con mis hijas. De vez en cuando miro al cielo, y sé que no está lejano el día en que, viendo que está hermoso, habrá llegado el momento de dar un paseo de rencuentros, de abrazos y de limpios besos.

 

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