Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Bicho con nombre de virus, entre ficción y realidad

Autor:

Yasel Toledo Garnache

Dejar de dar un abrazo, un estrechón de manos, un beso… no es tan fácil. Adaptarse a estar en casa, salir lo menos posible y usar un nasobuco pueden constituir pruebas «difíciles» para algunos, acostumbrados a ir de un lado a otro por cuestiones de trabajo y otras razones, pero muy necesarias.

No son cuestiones solo de disciplina ciudadana, sino también de supervivencia, individual y colectiva. En el cariño, la boca y la nariz desprotegidas, el roce en la mejilla… puede estar la muerte, una verdad punzante que debiera impulsarnos a extremar los cuidados.

Uno hasta cumple con su lista de posibles entretenimientos: leer, ver películas, adelantar trabajo, redactar los cuentos que daban vueltas en la cabeza desde hace varias semanas, compartir poemas…, pero faltan el aire, los chistes colectivos en el parque, los juegos de fútbol y béisbol, compartir el café con los compañeros en el centro laboral, las peñas de trova, los saludos a lo cubano… Uno se siente extraño, incompleto, y es comprensible.

Durante estos días nos parece estar en una película. A la mente viene Contagio, un largometraje dirigido por Steven Soderbergh y estrenado en 2011, basado en un supuesto virus que en la ficción ataca el cerebro de los infectados y los deja sin vida en apenas unos días. Un «resfriado» de una mujer estadounidense, provocado por tener contacto con una persona en Hong Kong detona la pandemia.

En esa historia el origen de todo se asocia, como en el caso del coronavirus, al murciélago. En este punto varios especialistas señalan un «detalle»: la razón es también humana, pues al deforestar el hábitat natural del animal su contacto con las personas se vuelve más estrecho. En Contagio también hay aislamiento, nasobucos, alarma internacional, científicos buscando la cura…, y más de 26 millones de muertes, una cifra que asusta.

Para nosotros, el año 2020 comenzó con la noticia de infecciones respiratorias en la ciudad china de Wuhan. El 11 de enero se anunció la primera muerte a causa del coronavirus: un hombre de 61 años de edad que había comprado productos en un mercado de aquella urbe. Y a partir de ahí se han sucedido una serie de escenas, que ya acumulan miles de víctimas en gran parte del planeta. Ricos y pobres caen en las garras de la COVID-19 o el bicho, como le llaman algunos en nuestro país.

Desafortunadamente en este «filme» actual muchas personas todavía no parecen tener plena conciencia de la complejidad de la situación. No les basta con las imágenes dolorosas de otras naciones en las pantallas, las noticias permanentes, ni la insistencia de autoridades en cumplir las medidas para salir adelante con el menor daño posible.

Tenemos la suerte de contar con un Gobierno empeñado en favorecer siempre el bienestar del pueblo, en pleno diálogo con la población, sin importar cuántos sacrificios económicos impliquen ciertas decisiones, para una nación bloqueada desde hace más de 60 años.

Esa sensibilidad y preocupación por los demás contrasta con las decisiones en otros países, como Brasil y Estados Unidos, donde crecen de manera alarmante las cifras de contagiados, pero sus presidentes, villanos habituales, se preocupan más por las empresas y el dinero que por la vida de su gente. A estas alturas comparar la COVID-19 con una gripe normal, por ejemplo, podría significar una pésima estrategia o indicios de locura.

En Cuba está en nuestras manos, como ciudadanos, hacer todo más fácil en el control de la epidemia; cumplir las medidas de prevención y enfrentamiento significa también comportarnos a la altura de los riesgos actuales.

Ahí están nuestros profesionales de la Salud, con plenas capacidades de conocimiento y sensibilidad, para ayudarnos en momentos como estos. Pero nada puede provocar confianza excesiva. En lo adelante esta situación originará otros desafíos que deberemos seguir venciendo como una gran familia, en un contexto complejizado por una economía internacional sumamente golpeada.

La ficción y la realidad suelen tener puntos de contacto y otros muy diferentes. El guion debemos escribirlo cada día entre todos, conscientes de que somos jinetes de nuestro propio destino.

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