Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Bogar, bogar

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Cuando era pequeña y me negaba a compartir mis juguetes, mi familia me regañaba porque era feo acaparar aquello que me hacía feliz, y después mi conciencia no me permitiría disfrutarlo en solitaria plenitud.

Si los prestaba y alguno se rompía, no faltaba el adulto que me tildara de necia por poner en riesgo mis «tesoros», arguyendo que las demás niñas no cuidarían lo que no era suyo y abusarían invariablemente de mi bondad.

Me costó mucho tiempo y lágrimas asimilar tan sencilla paradoja. «Palo porque bogas y palo porque no bogas», decía mi abuela en esos casos, y pasaba una mano sobre mis cabellos, reflejo fiel de mis enredados pensamientos.

Tuve que ser madre para entender cuándo los argumentos prácticos pierden valor ante la razón ética, y la certeza de las pérdidas materiales se minimiza si está en juego algo más valioso, como ese acto cotidiano de convertirnos en seres funcionales para la sociedad.

Todavía queda gente, dentro y fuera de este archipiélago, que cuestiona a gritos si debimos dejar entrar a esos hijos pródigos que abandonaron esta cuna y viven criticándonos, pero volaron hacia acá, como maripositas a la luz, cuando la pandemia tocó sus puertas; o a quienes aprovecharon la última semana en viajes para cargar mercancía ilícita.

Ambos, en no pocos casos, trajeron consigo al minúsculo polizonte viral, que no perdonó ambiciones ni discriminó afectos, y así se tejieron cadenas peligrosas, pero lógicas según el raciocinio criollo, dado a multiplicar en lugar de restar cuando hay tiempos difíciles.

De hecho, hay quien pregunta si no nos «excedimos» en gastos y desvelos al cuidar a miles de personas que clasificaron como sospechosos, o contactos, o contactos de contactos, ni siquiera como pacientes leves o sin síntomas.

En obstinada ceguera, siguen las redes cargadas de preguntas: ¿Por qué un país pobre y asediado, consciente del reto económico que impondría al mundo la pospandemia, se dio el lujo de pagar salarios sin respaldo productivo y enviar profesionales a países que no han sido antes generosos con Cuba, y nada garantiza que lo sean luego?

Y sí, es un lujo. Un lujo del que será difícil reponerse en corto tiempo. Como cuando gastamos hasta lo que no hay para premiar al hijo que superó un grado difícil o rebasó una molesta enfermedad. Y lo hacemos, ¿verdad? Siempre lo hacemos…

¿No es eso Cuba, una nación donde la solidaridad, más que un artículo constitucional, es una de las fibras que sostiene su tejido humano, capaz de extenderse con prisa para ayudar a otros a capear sus temporales?

¡Allá las mentes recalcitrantes que insisten en vernos como una urdimbre tosca, inconsistente, de mala memoria y poca acción! Por hábito, por encono, por intereses otros, siempre habrá quien critique nuestra manera de bogar, quien se prepare para hacer leña del árbol no caído y sueñe con fogatas que desmiembren lo esencial.

Acá seguiremos construyendo puentes, y si alguno de sus pilotes se raja o los tablones ceden y es preciso renovarlos, seguirán siendo nuestros puentes, y seguiremos cruzando sobre ellos con la mirada puesta en el destino, no en la fineza del madero o la exclusividad del chal. 

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