Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La extinción de los intocables

Autor:

Nelson García Santos

Abre y extiende desmesuradamente los brazos como si fuera a atrapar el coronavirus, mientras grita soberbio: «Señores, estamos embarcados, casos y más casos, ¿hasta cuándo?». Luego se acerca con su cantaleta a los conocidos (o no) para informarles de dónde son los últimos contagiados, entra en detalles y, en especial, culpa a cuantos se le ocurra de que haya más brotes en nuestra verde geografía, exponente de una esperanza cierta.

Ese pregonero de noticias, en especial de mal augurio e invariablemente matizadas por su imaginación, con datos inexactos o inventados, resulta un acérrimo cuestionador de todo, menos de su propio comportamiento, que viene acompañado por palabras que se lleva el viento sin mayores contratiempos, aunque dichas a boca de jarro a sus interlocutores les puede estar disparando, de paso, el siniestro virus.

Cuando alguien ante su diatriba, nada soslayada de cuestionar a las autoridades, le suelta: «¡Compadre!, mata esa tiñosa, ponte el nasobuco y mantén la distancia», entonces él se espanta hacia otro escenario para seguir con su disco rayado de más con lo mismo.

Ese es el pesimista intencional, dedicado con ahínco a esparcir la cizaña, y nada tiene en común con el otro pesimista, que por su ADN se asusta hasta de un viento platanero y en un trance difícil por una enfermedad se desploma en vez de luchar por su vida.

Es una verdad verdadera que ante cada hecho bueno, regular, malo o malísimo, como este por el que atravesamos, la diversidad inherente a la naturaleza humana emerge en conductas  contrapuestas de diversos matices.

Resulta un hecho normal que solo desfiguran algunas voces discordantes, entrelazadas ahora mismo en la actual pandemia para arrimar un mensaje desalentador, en vez de instar al protagonismo individual como principal escudo.

El estrado más resonante de sus disquisiciones está anclado en la tribuna de la calle, escenario de diálogos que ocasionan encendidas discusiones, en defensa cada cual de su pensamiento, sin que muchas veces la sangre llegue al río.

Con otro de esta especie de pregoneros que debemos tener buen olfato es con el superoptimista, quien mostrando un espíritu  bonachón deviene incapaz de ver ni la más mínima grieta, aunque las tenga a sus pies. Pero ¡ojo!: su mensaje lo basa en sus propias ideas o citas desvirtuadas de personalidades para afianzar su razonamiento. Para él todo está resuelto o en vías de solución, solo hay que sentarse a esperar y, por lo tanto, ¿para qué coger lucha? 

Así, de manera solapada, llama prácticamente a la inercia, a no señalar lo mal hecho, a no ser combativo. En fin, a ser un simple espectador de nuestra complicada realidad, en la que hace falta la participación resuelta de todos.

Estos y otros personajes que usted seguro conoce favorecen la persistencia de la falta de percepción de riesgo, que se ceba  en los incautos y anima a los irresponsables que se crean intocables por el virus. Así de lógico, así de sencillo. 

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