Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ese don visionario

Autor:

Yahily Hernández Porto

Tenía apenas 14 años y lo que más me llamaba la atención aquel día, que era 26 de julio, era la multitud que pasaba frente a la casa desde el amanecer. «¡Qué gentío!», decía mi abuela asomándose a la puerta, y corría a adelantar sus deberes para lograr ser exacta, como un cronómetro, frente al televisor. ¡Y pobre de aquel que se atreviera a cambiarle o retrasarle sus planes!

 Recuerdo que llovía impertinentemente. Un «chinchín» reiterado quería poner a prueba a los hombres y mujeres de la extensa llanura camagüeyana, quienes salieron a las calles en aquella jornada de 1989 sin creer en mal tiempo.

Margarita, mi mamá, sacó tres capas y un impermeable, los dobló y guardó junto a tres pomos de agua en uno de aquellos bolsos de franjas coloridas, muy a la moda por esa época y resistentes a todo tipo de carga. Entregó el jolongo a Ricardo, mi papá, y salió entusiasmada con todo el familión.

Su ánimo era protegernos de la indeseada llovizna y de la sed a mis dos hermanas y a mí, porque si de algo estaba segura era de que formaríamos parte del gigante y espontáneo desfile hacia la Plaza de la Revolución Ignacio Agramonte, desde cuya explanada Fidel pronunciaría para el pueblo de Cuba un discurso trascendental.

Todos sentíamos lo hermoso del acontecimiento. Eran tiempos convulsos, y de solo saber que el Comandante volvía a nuestra ciudad, pocos quedaron en casa. Incluso los pequeños iban en hombros o de la mano de sus padres a escuchar de cerca a aquel gigante que ya sabíamos querer.

Aquel día ocurrió algo que para mi mente adolescente fue un gran descubrimiento, aunque solo con los años supe valorarlo en todo su significado. En medio de atronadores aplausos, mi papi había dicho algo que se me grabó para siempre: «Fidel nació con un don especial».

Con el tiempo descubrí lo que había provocado ese juicio, al releer el vaticinio que desató una gran ovación: «Tenemos que ser más realistas que nunca. Pero tenemos que hablar, tenemos que advertir al imperialismo que no se haga tantas ilusiones en relación con nuestra Revolución y en relación con la idea de que nuestra Revolución no pudiera resistir si hay una debacle en la comunidad socialista; porque si mañana o cualquier día nos despertáramos con la noticia de que se ha creado una gran contienda civil en la URSS, o, incluso, que nos despertáramos con la noticia de que la URSS se desintegró, cosa que esperamos que no ocurra jamás, ¡aun en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo!».

Aquellas palabras premonitorias de Fidel, que tal vez algunos no alcanzaron a entender, calaron hondo en miles de agramontinos, como en mi mente de pequeña escrutadora. Aquel día Fidel fue más detallado y lúcido: «¡Cuba y la Revolución Cubana resistirían! Lo digo, y lo digo con calma, con serenidad y con toda la sangre fría del mundo. Es hora de hablarles claro a los imperialistas y es hora de hablarle claro a todo el mundo. Nosotros no bromeamos».

Fidel sorprendió a los cubanos, al mundo y a muchos expertos aquel 26 de julio, cuando una vez más viajó al futuro, regresó y explicó un escenario inimaginable. Todavía me emociono de saber que yo estuve ahí para vivir las sensaciones que creaban en la multitud las ideas de este hombre adelantado: «El futuro presenta amenazas debido a esa política imperialista, a esas creencias, a esa idea eufórica de que el socialismo está en el ocaso y llegaría el momento de cobrarle a Cuba el precio de más de 30 años de Revolución. ¡Aquí no podrán cobrar nada!».

Desde este presente, que es ese futuro previsto por Fidel, me pregunto: ¿Qué habrán sentido los politólogos y estudiosos de otras latitudes al leer este visionario discurso? ¿Qué habrán pensado los vecinos del Norte? ¿Qué habrán reflexionado los amigos del movimiento revolucionario y de la izquierda mundial?

Sencilla y llanamente, Fidel nos estremecía al avizorar lo que luego, en menos de dos años, se hizo dura realidad: el campo socialista en Europa del Este se desintegró país a país, pero igual que siempre, como advirtiera el Comandante en Jefe en Camagüey, Cuba era un faro de esperanza que resistía y aún resiste.

¿Cuántos habrán perdido sus apuestas? ¿Qué tiempo demoraron en desempacar sus maletas? ¿Qué dirán, tres décadas después, quienes vaticinaron el final de esta Isla socialista, por no tener en cuenta dos ideas del Comandante en Jefe aquel 26 de julio: «Y ya lo dijo Maceo, lo que le correspondería al que intentara apoderarse de Cuba», y «¡Este pueblo y este país sabrán ser consecuentes con su gloriosa historia!».

Esta última fue la predicción mayor de aquel día, pues más allá de ese don natural de viajar al futuro que valoramos como único, en Fidel vivía un poder mayor: el de apelar a la historia y confiar en la cultura de resistencia de esta Isla, que es la de todos los que hoy rendimos merecido tributo a su memoria.

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