Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una pared para frenar el «bicho»

Autor:

Osviel Castro Medel

La anécdota la relató el sicólogo Manuel Calviño en el programa Vale la pena, de la Televisión Cubana: una señora preguntaba en una cola cuándo se iba a acabar «este bicho» mientras ella llevaba el mismísimo nasobuco a modo de cintillo en su cabeza.

Se refería al nuevo coronavirus, por supuesto. Pero con esa «simple» violación se estaba convirtiendo en agente propagador o receptor del «bicho», una actitud repetida en nuestro entorno pese a los incontables mensajes profilácticos sobre el tema.

Probablemente esta persona, igual que muchas otras, siga viendo como teques las orientaciones de los especialistas. Pero lo más nocivo es que su conducta también refleja una tendencia esparcida en la vida diaria: la de buscar culpas en otros, la de voltear la cara y no mirarse por dentro.

Así como ella, miles desandan nuestras calles para contaminarlas de insensatez o para buscar yerros —que tal vez sí existan— en manejos institucionales o en decisiones tomadas frente a dilemas económicos.

En la provincia donde vivo y escribo, Granma, he visto actitudes muy temerarias, ya denunciadas por este periódico y que tal vez se extiendan a lo largo de la nación: colas «apiñadas», jugadores de dominó con sus respectivos coros de mirones, amigos del alcohol ingiriendo en la misma botella, besos y abrazos al prójimo y al próximo.

Las autoridades han elevado hasta 2 000 pesos las multas relacionadas con la ausencia o mal uso del nasobuco, han implementado horarios restringidos para el comercio, limitaron el movimiento en la provincia después de las seis de la tarde, se suspendieron las clases temporalmente, en fin… Pero aun con todo eso, no faltan las personas que siguen viendo el SARS-CoV-2 en otra galaxia.

La realidad resulta contundente. En un solo día (el sábado 6 de febrero, por ejemplo), Granma reportó 23 personas contagiadas con la COVID-19, un número que casi duplicó la cifra de todos los meses de la primera etapa de la pandemia (13).

Apenas cinco días después fueron otras 17. Se siguen confirmando nuevos enfermos en cada jornada y ya son comunes historias de personas
afectadas por el virus cercanas a nuestra casa o al centro de trabajo.

Lo asombroso es que todavía la famosa percepción de riesgo siga por el piso en algunos coterráneos. He escuchado decir: «Aquí no hay tantos como en La Habana»… «A mí no me va a dar eso» o «A fulano le dio sin síntomas».

Aquellos confiados en la todavía baja tasa de incidencia de Granma solo tienen que mirar las explosiones de territorios vecinos como Guantánamo y Santiago, que hace poco tenían una situación epidemiológica favorable y ahora reportan, lamentablemente, la muerte de seres humanos.

«Hay que seguir apretando la mano», comentan algunos para referirse a las medidas contra los imprudentes. Eso puede ser cierto; pero debería resultar un apretón colectivo, porque ninguna provincia, ningún municipio o caserío de Cuba cuenta con cuerpos de inspección o de vigilancia en cada esquina.

A riesgo de repetir un concepto clave, tendremos que seguir subrayando que el «bicho» solo se atajará, por el momento, desde nuestra propia conducta. Será, mientras lleguen las vacunas, la principal pared para poder frenarlo en seco.

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