Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

María Candelaria

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Los prejuicios son lobos. Hunden sus fauces en la ignorancia. Son ciegos, sordos. Por eso, siempre me persiguió, me punzó el final de aquella cinta mexicana de los cuarenta, María Candelaria.

El odio ganaba la partida. El cuarteto de oro del cine mexicano rindió incluso a Cannes: la virginal Dolores del Río, el talento de Pedro Armendáriz, la mano directriz de Emilio «El Indio» Fernández y la fotografía exquisita de Gabriel Figueroa.

Xochimilco, sus aguas, sus fértiles chinampas. Un paisaje de ensueño, donde una joven india vende flores, canta, intenta salir adelante en medio de una pobreza feroz. Su belleza prende la envidia en unas, la lascivia en otros… y usan el pasado de su madre para acosarla. Su único asidero es el amor de Lorenzo Rafael.

María Candelaria accede a ser pintada, su rostro queda en la tela; pero cuando el artista le pide posar desnuda, ella escapa asustada. Será otra modelo quien doble su cuerpo. Sin embargo, alguien se asoma al cuadro de la desnudez… y se desata la tragedia. Salta el rencor, arde la rabia.  María Candelaria ya ha sido condenada. La turba pueblerina, como un río desbordado, se abalanza sobre ella.

Allá va, con sus trenzas gloriosas. Allá, seguida por el fuego. Corre. Toma un respiro. Cae. Huye por entre las hojas afiladas, salta al canal, desemboca en las callejas. Allá va, inocente, hacia la muerte. ¿Quién lanza la primera piedra? ¿Quién la última? Los pecadores exculpan sus pecados. Lorenzo Rafael llega tarde. María Candelaria es lapidada. Un drama de la vieja escuela, del viejo cine; es decir, del eterno cine latinoamericano.

Quería arrancar, quería enmendar ese final. Tenía que hallar el modo. Fue la poesía, naturalmente, quien me tendió la mano. La poesía todo lo puede. En ella, Dolores se salvaría, María Candelaría no podría ser alcanzada por la histeria. La historia integró mi libro Poemas del lente.

Nunca pude imaginar que aquellos versos viajarían tan lejos.

El libro recorrió Cuba, me empujó más allá. La Universidad de Colima y Puertabierta Editores acogieron una nueva edición que presentamos en la sede de la Asociación Colimense de Periodistas y Escritores (ACPE). Mi colega Teresa Valdés es la ilustre maestra de ceremonia. En el estado
mexicano de Colima quebraron de una vez los estancos, han tendido el puente entre la literatura de la realidad y las letras de la ficción. La velada aprovecha la singularidad del volumen y proyecta fragmentos de las películas, para dar paso a la lectura interpretativa de los poemas.

El piano toca a rebato en las playas del fin del mundo. Scarlett O’ Hara baja la escalera señorial. Verónica contempla las cigueñas sobre el cielo de Moscú. Fernanda Montenegro escribe cartas en la Estación Central. Una anciana vende cacahuetes en La Habana… Todo marcha, todo perfecto; mas cuando la tela debe exhibir el fragmento de María Candelaria, el proyector se apaga. Justo al cierre, en el mismísimo clímax.

¿Cuándo el poeta se convirtió? ¿De dónde sobrevino la narración oral en vez de la pantalla? ¿Cómo se tejió aquel drama en el aire? ¿Cómo subió un olor a flores y a maíz? No me pregunten, yo me centraba en las miradas, en los silencios. Y en la mismísima patria de Juárez, en la tierra de Sor Juana, cambié el final de un clásico. Abrí la página, solté los versos: «Voy a detener el fotograma / para que no te roce la primera piedra». Que el odio nunca venza.

 

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