Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La balanza no se inclina al dolor

Autor:

Alina Perera Robbio

Paisajes insospechados nos han asombrado en estos tiempos. Son como postales de esta etapa pandémica: el mar —siempre el mar—; árboles que de pronto saludan florecidos, como ciertos sauces blancos que en las ciudades han provocado alegría primaveral; y fotos familiares, de otros tiempos, de cuando nos juntábamos sin mascarillas, sin los grilletes invisibles del miedo.

De vez en cuando, casi sin verlo venir, me descubro distante y extraña, miro a los transeúntes detrás de una prenda que les cubre medio rostro y me pregunto cómo pudo suceder: esto de la COVID-19 es una pesadilla que no alcanzo a comprender del todo, un misterio que arrebató a la especie humana la preciada libertad, y que hace pasmosos recortes demográficos sin que una adivine cuándo habremos dejado atrás esta época.

Me descubro muchas veces mirando al cielo —a veces es muy limpio y hermosamente azul—. Tal belleza me hace pensar que puedo hacer muchas cosas; pero después, cuando bajo la mirada al entorno inmediato, recuerdo la maldita pandemia.

En estos tiempos he pensado mucho en la belleza y en la felicidad. Siempre las he buscado —creo que desde que tengo uso de razón. Y ahora, cuando todo se ralentiza en esta Isla amada, siento que el horizonte donde ellas sonríen se aleja, porque la COVID-19 también ha ralentizado al planeta, tiende a cercenar las venas de una aldea global, donde todos necesitamos de todos para seguir adelante, donde una parálisis en algún lugar del mundo, aunque no lo quisiéramos, nos impacta —y viceversa.

El primer gran nudo, ahora, es la epidemia. Todo depende, según lo veo, de cómo podamos desatar ese enredo que nos tiene atrincherados en soluciones de alcohol y en la mínima movilidad. No por gusto nuestros científicos y artífices de la salud han perdido el sueño.

Antes de esta tragedia epidemiológica los cubanos ya andábamos en un problema también enorme: el cerco financiero, económico y comercial a que nos han sometido sucesivos Gobiernos de Estados Unidos, y que se ha arreciado en los últimos tiempos, en una apuesta al ahogo y al rompimiento de la paz y el equilibrio social.

Ningún cubano de bien desea para la Cuba de hoy lo que ella está sufriendo en lo que a privaciones respecta: los gobernantes imperiales nos someten al martirio de que casi todo lo material falte, o en el mejor de los casos escasee. Y la Isla —con sus dirigentes en la primera línea de fuego, que deben tener, como ha dicho un poeta nuestro, mucho valor para estar al frente de cualquier misión o empeño— pone toda su inteligencia en función de agenciarse cada objeto, desde una aguja para poner las vacunas hechas en tierra propia, hasta un litro de combustible.

A los verdugos imperiales no les ha parecido suficiente con que nos agobien las dos calamidades anteriores. Han ido a empañarnos la obra de paz, lo más sagrado que tenemos y que es la hermandad que hasta hoy hemos sabido mantener a pesar de todas las tempestades y los agobios.

En una guerra que va directo a retorcer las voluntades de las mujeres y de los hombres, especialmente de los más jóvenes, todo resquicio sirve al enemigo para encajarnos las banderillas de la frustración y la ira: nuestras ineficiencias que se acrecientan en medio de una larga crisis—; el agotamiento y la incertidumbre que sufre el planeta y que también embargan a la Isla; la ruta de los sueños pospuestos, entre otras cosas por culpa del cerco —línea en el tiempo que a veces se entrecorta o desaparece en algunos por aquello de que «la vida es una sola».

No existe nada parecido en suerte y destino a la Mayor de las Antillas. Resistencia es la palabra principal de su saga; está primero que belleza, que colores, que fiesta; y tal vez solo sea superada por un término más distendido y esperanzador, donde cabe la palabra vida: ese término se llama Esperanza.

Creo que valdría la pena preguntar: ¿cómo hacer para seguir adelante si todo es tan duro y tenso como cuerda de violín? No he visto nunca mayor encrucijada. Sin embargo —y mucha atención con esto que puede contener respuestas—, parece ser que las calles de siempre, la mano tibia del hermano, las costumbres que gotean hermosamente, la sencillez abrumadora pero invencible de los héroes, la elección de que un cubano no mire por encima del hombro a otro, incluso el afán por la belleza y la felicidad, mueven la balanza de tal modo que todavía —mala noticia para los verdugos— el dolor no se hace sentir lo suficiente.

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