Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Más allá del matrimonio

Autor:

Liudmila Peña Herrera

En el anteproyecto de Código de las Familias no veo ninguna «bola escondida», como han señalado varias personas en las redes sociales. Lo que se propone está clarísimo: no discriminación y sí oportunidad de que se reconozcan las realidades de la ciudadanía y de quienes guardan relación de parentesco, de una u otra manera. Por algo lo han llamado el «código de los afectos».

El texto redimensiona y enriquece el «todos los derechos para todas las personas», y lo devuelve marcado por los matices de la gente diversa que habita la Cuba actual. Esa gente puede tener tantas características como los dolores o placeres que acumule la historia de cada vida, conocida o no por quienes rodean a una persona. Y de esos dolores y placeres, como de las insatisfacciones, nacen las complacencias y los desacuerdos que han generado algunos artículos (sobre todo los relacionados con el matrimonio) desde que se presentara el proyecto de Constitución de la República, hace unos años.

No creo que la polémica sea negativa, porque habla de nuestra complejidad, de cuanto tenemos y lo que nos falta, de lo que comprendemos y aquello que no somos capaces de aceptar o «procesar» como individuos o sociedad. Ya el consenso sobre estos temas, en la Cuba de hoy, es algo en lo que sí debemos aprender a trabajar mejor.

De lo que leo y escucho, me preocupan la indiferencia con que una parte de la población asume las propuestas (quizá porque no ve en qué pudiera beneficiarle o afectarle), el reduccionismo de quienes asumen que el Código está previsto solo para defender el matrimonio «entre personas», y también el irrespeto y el uso de lo burlesco con que otra parte defiende sus posturas en los debates online a los que he tenido acceso.

Los artículos vinculados con el matrimonio no pasan inadvertidos, lógicamente, por diversos motivos. Así como este particular es de máximo interés para las parejas que aún no han encontrado asidero para legalizar su unión, también lo es para quienes están en desacuerdo con ello. Pero no pensemos que el asunto genera amplio debate solo entre quienes se beneficiarían (porque quieren unirse y hoy no pueden hacerlo de forma legal) y los detractores (por motivos religiosos, de educación familiar o de otro orden). Existe un sector —de cierta manera imparcial, porque no se siente ni beneficiado ni afectado— que considera justo el reconocimiento legal del derecho ajeno, tantas veces reclamado. Más allá de la polémica, este anteproyecto merece el estudio y análisis íntegro de la familia, por la diversidad de temas que incluye y que nos competen a todos.

A mí, en lo particular, me interesa muchísimo todo lo relacionado con el Capítulo IV, acerca del régimen económico del matrimonio. Este incluye, por ejemplo, la valoración económica del trabajo en el hogar y la división tradicional de roles de género y funciones durante la convivencia (Artículo 77). Es importante el reconocimiento que se hace del «valor de las contribuciones indirectas, incluidas las de carácter no financiero, en la adquisición de los bienes acumulados durante el matrimonio».

Honestamente, el Artículo 249, sobre la manifestación expresa de voluntad a los fines de adopción, me puso delante muchos cuestionamientos. Que uno o ambos progenitores (según la circunstancia) decidan la entrega en adopción de su hija o hijo me resulta difícil de comprender, pero no por ello dejo de reconocer las realidades que subyacen a mí alrededor, aunque no me haya tocado vivirlas.

Infantes que han sido criados por otros familiares porque sus padres no pudieron o no quisieron; madres que han abandonado a su recién nacido en los hospitales (en el más sencillo de los casos)… son solo ejemplos de la amplia gama de asuntos que contiene el anteproyecto.

Derechos de la infancia y la adolescencia, el papel de abuelas y abuelos en su formación, la mediación judicial ante problemas familiares, la responsabilidad parental en los entornos digitales… son otros de los temas que aborda el texto y que, de una forma u otra, le interesan a cada familia. Propongo entonces que leamos primero. Y después, en el ejercicio del derecho individual, y con civismo, decidamos si nos quita más o nos aporta menos (o viceversa) en la búsqueda de la sociedad mejor que necesitamos y pretendemos.

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